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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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El Rastro de la Historia. NÚMERO OCHO

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entre el Jordán y el Eúfrates:

notas de un viaje por Levante, entre julio y agosto del 2001


29. Damasco.- Aunque, como en botica, hay de todo, se puede decir que, en general, los sirios son gente bien plantada. Jóvenes o viejos, todos ellos parecen guardar algún lejano parentesco con el egipcio-libanés Omar Shariff. Y las sirias son y parecen guapas: a menudo con tez más clara que la de las españolas, no raramente rubias y de ojos claros, arregladísimas, aun cuando cubiertas: se trabajan estas chicas la cosmética. La Misa dominical en Mar Boulos está concurridísima. Mucho antes de que empiece, ya está la iglesia llena de fieles, bastantes veinteañeros, que llegan antes, para rezar a coro bien acompasado un rosario del que sólo entiendo la primera invocación de las avemarías: wa salama Maria. Los hombres van vestidos a la occidental, con más o menos elegancia, pero entre las mujeres hay de todo, desde las que, de puro veladas, se dirían musulmanas, hasta las que pasarían desapercibidas en cualquier lugar de Europa, si bien muchas de estas se toquen con un pequeño pañuelito, al estilo del que era usanza en la España de antaño. Algunas muestras de piedad me resultan tan sencillas como desacostumbradas: no se conforman con hacer una genuflexión o una reverencia ante el Sagrario, como mandan los cánones de la urbanidad: se acercan, le dan besitos y hasta cabezazos; cuando el cura lee el Evangelio, unas cuantas viejucas, alguna ataviada a la usanza beduina, se echan al suelo, todas largas, y se afierran al ambón, en un gesto ingenuo y devoto; finalizada la Misa, unos rezan ante el Sagrario y otros ante el Evangelio, que aunque esté cerrado es también signo de la presencia divina. Algunos de estos rasgos -en particular, la veneración al Libro- me han parecido a mí como de inspiración islámica, y así se lo digo a abuna Romualdo, quien asegura lo contrario: probablemente fueron los musulmanes los que copiaron a los cristianos sus gestos de devoción a la Palabra revelada, como también probablemente copiaron nuestras horas canónicas (las llamadas a la oración del almuédano), y la costumbre de descalzarse en lugar sagrado (que veré en algunos lugares cristianos y que, por lo que me dice, conservan los egipcios coptos, que entran siempre descalzos en el presbiterio). Acabada la Misa, desayuno con una pareja jordana: quieren peregrinar a Seidnaya, como tantos de los que se hospedan aquí unos días. Yo visito, lo primero de todo, Bab esh Sharqui, la puerta del Sol de los romanos, que, aunque reconstruida, guarda la misma traza y se alza sobre los primitivos sillares de la que aquí se levantaba en tiempo de Augusto, de modo que es por aquí por donde, con toda humana certeza, entró San Pablo, después de esa caída que todos imaginamos de un caballo, por más que el Evangelio no lo diga.

La Vía Recta, que sigue siéndolo, y Bab esh Sharqui, la puerta del este, del sol, que se alza sobre los sillares de aquella por donde es tradición que entrara San Pablo

 

Aquí se abre la Vía Recta de la que hablan los Hechos de los Apóstoles, el antiguo Decumanus romano, hoy calle de dirección única que, aunque cambiando de nombre en sus diversos tramos –Sharia Esh Sharqui, Suq Madhat Pachá- sigue la trayectoria directa que une la puerta del oeste con la del este, Bab Jabyeh. Muy cerca de la Vía Recta, entrando por una estrecha calle perpendicular, está la capillita franciscana que ocupa el lugar que una muy rancia y bien asentada tradición ha venido considerando ser la casa de San Ananías, quien bautizó al judío Saulo de Tarso, sucesivamente destruida y reconstruida, perdida y recuperada, una y otra vez, por los cristianos, en cuyas manos permanece interrumpidamente desde 1867 hasta ahora.

La casa que la tradición dice de San Ananías, quien bautizó a San Pablo

La tradición local sitúa también otro enclave paulino en esta zona: la casa de San Judas, que ocuparía el lugar en que hoy se levanta la mezquita Jakmak – Cheikh Nabhán, en donde el apóstol se hospedó y en donde en tiempos de Bizancio se alzó una capillita que lo recordaba. La zona de la ciudad vieja contigua a Bab Esh Sharqui es, desde siempre, el barrio cristiano, que llega más o menos hasta la puerta de Santo Tomás, Bab Tuma. Al lado de la vieja Puerta del Sol está el patriarcado armenio, un poco más allá, el siriaco-caldeo, más allá el ortodoxo griego, el melquita y el latino. Excepto la Recta, las calles son estrechitas y laberínticas, con frecuente iconografía religiosa en las casas y hasta algunas hornacinas con imágenes. Hay rincones que evocan alguna esquina toledana.

Un rincón del barrio cristiano, en el que se exponen unas imágenes a la piedad de los paseantes. 

Bajo la puerta adornada con crismones hay una capilla melquita que conmemora la huída de San Pablo, descolgándose por la muralla.

Los mercaderes venden antigüedades, la mayor parte fabricadas anteayer, y las piezas del gusto de los turistas: cobres, brocados, marquetería, iconos, muchos iconos, y entre ellos, uno verdaderamente inesperado: representa un santo aureolado que empuña un alfanje y que tiene a sus pies las cabezas de algunos tipos con turbante. No me lo quiero creer. Paso a preguntarle al tendero y, justo, lo que suponía: es Mar Yacoub, o sea, Santiago Matamoros, esta vez de infantería, en el corazoncito mismo de Damasco. En las paredes del barrio hay pegadas esquelas mortuorias, con su crucecita y su orla, como las que todavía se ven en los pueblos de Galicia. Me llego hasta BabTuma. Callejeo por el zoco Al Hammadye, caluroso, colorista, caótico. Visito la colosal Mezquita de los Omeyas, cuyo cuerpo central es la nave principal de la catedral bizantina, de la que los musulmanes se apropiaron. La memoria se me va a mi Córdoba de España, cuya catedral se alza en el sitio que ocupaba la mezquita, que, a su vez, se asentó sobre el solar de la iglesia cristiana de San Vicente, y que algún memo reclama como musulmana, cuando nadie reivindica la de Damasco como cristiana.

La catedral bizantina de San Juan Bautista, convertida por los Omeyas en mezquita.

 Paseo por los aledaños de la ciudadela, que no se puede visitar por dentro, de pura peligrosa ruina. Entro en la mezquita Takyya al Suleimanyya, muy bella, que hace funciones de museo militar, en el que se exhiben interesantes maquetas de castillos cruzados y algunos despojos de enfrentamientos bélicos con Israel. Y visito el impresionante Museo Nacional: impresionante por sus piezas, aunque desordenado y algo abandonado. Sentimentalmente, me emocionan los restos de los cruzados que se han encontrado aquí y allá; pero si alguna cosa hubiera que recordar, más que ninguna otra, se llevaría el premio la sinagoga de Dura Europos, cuyas paredes pintadas con escenas bíblicas fueron trasladadas hasta aquí, al tiempo que la iglesia de la misma población -el más antiguo templo cristiano conocido como tal- se lo llevaban a los Estados Unidos, ¡y luego dicen de la plata que los españoles se llevaron de las Américas!

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