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El Rastro de la Historia. NÚMERO OCHO

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entre el Jordán y el Eúfrates:

notas de un viaje por Levante, entre julio y agosto del 2001


10. Volver, volver.- No hay hoy en Damasco más que un franciscano español, pero la vida de esta comunidad está ligada a España por un fuerte lazo de sangre: la que generosamente derramaron los padres Ruiz, Colta, Escanio, Solar, Alberca, Binazo, Fernández y Calanda, martirizados la noche del 10 de julio de 1860. Me cuesta decir adiós a los frailes y a las monjas que tan bien me han tratado. Y a algunos huéspedes, como Pascal, un ingeniero agrónomo francés, hijo de parisina y togolés, que trabaja en Costa de Marfil, en donde conoció a una guapa siria, con la que se va a casar dentro de unos días. Aventuro matrimonio feliz, que se ve que es ella quien manda. Me despido también, con pena, del efusivo Thomas: un sudanés altísimo, de sonrisa cordialmente deslumbrante, que hace de portero nocturno de la residencia, compatibilizando su oficio con el estudio. La familia, el pueblo, de Thomas han sido aniquilados por los musulmanes. Y tratar con él, sabiendo de la tragedia injustamente olvidada que sufren los cristianos del Sudán, es como tratar con alguien que se libró de la persecución de Diocleciano. Me he olvidado de que hoy es viernes, fiesta de guardar para los  musulmanes, y me va a ser difícil hacer unas cuantas compras de última hora que me propongo. Salgo a la calle, pregunto, y un cualquiera del barrio se empeña en acompañarme, por la zona cristiana, preguntando de almacén en almacén. Tanta amabilidad abochorna. Ya macuto al hombro, contrato un coche, regateando, una vez, más, para que me lleve al aeropuerto. Con apreciarlos mucho, ni el país ni el paisaje me han impresionado tanto como el paisanaje cristiano de estas tierras: marginado, pero militante, dividido, pero ecuménico, de vida difícil, pero fiel. Regreso por medio bastante más cómodo y rápido que el que usó mi amiga Egeria, la monja andariega, señoritinga, audaz y escribidora, que vino desde Galicia el año 383. No parece que le faltara razón cuando, en el trance de su retorno, dejó una nota en la que pedía: “permítame Dios darle siempre gracias por lo mucho y bueno que se ha dignado darme a mí, indigna que nada merezco, pues sin mérito alguno he recorrido todos aquellos santos lugares. Nunca podré agradecer bastante a todos aquellos santos que se dignaron recibir a mi insignificante persona”.

En arameo y en árabe, el padrenuestro.

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