RASTRO DE LA HISTORIA

 

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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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-número 14; primer trimestre del 2004-

 
Las coplas de la

Falange republicana.

-Mª Teresa S. Choperena-

 

Entre las canciones oficiales que se cantaban en las marchas y campamentos de las Falanges Juveniles, luego de la OJE, después, de los distintos grupos falangistas, abundaban las de tensión poética y, en muchos casos, específicamente política, pero nunca proclamadoras de una voluntad que, sin embargo, estaba a flor de piel en los espíritus: el repudio de la monarquía y la voluntad de organizar el ansiado futuro estado nacional sindicalista de forma decididamente republicana, aunque de una república de nuevo cuño, que naturalmente nadie aspiraba entonces a nada que se pareciese al retorno de la II República.

En su estupendo trabajo "Pedagogía del Frente de Juventudes", Parra Celaya hace referencia a canciones religiosas, militares, regionales, amorosas, festivas, recreativas y de marcha: canciones que eran afirmación, catarsis, vehículo de unidad y disciplina.. y, hasta cierto punto, alienación, como apunta José-Luis Alcocer, en "Radiografía de un fraude". Pero ni en ese elenco, ni ninguno de los cancioneros hacen referencia a las canciones monarcómacas y republicanotas que con tanta frecuencia se cantaban-gritaban al compás del caminar, al cobijo de los pinares o al calor del fuego campamental.

Ciertamente este género de canciones se presentaban como marginales, nunca recogidas en los cancioneros oficiales, pero no por ello menos entonadas ni peores vehículos para la transmisión de ideas y sentimientos.

Junto al himno de las viejas JONS, que proclamaba "no más reyes de estirpe extranjera", acaso la más antigua de todas fue el "Viva la Revolución", que se difundió como "Himno de las milicias andaluzas de la Falange", con una letra poco elaborada que se cantaba sobre unas notas musicales de una zarzuela de época. La canción hizo fortuna: fue desahogo de militantes airados, grito de manifestaciones ilegales y bandera de ortodoxia. Decía su texto:

"¡Viva, viva la revolución!,

¡Viva, viva Falange de las JONS!

¡Muera, muera, muera el capital!,

¡Viva, viva el Estado Sindical!,

Que no queremos -¡no!- reyes idiotas,

que no sepan gobernar.

Lo que queremos e implantaremos:

el Estado Sindical.

¡Abajo el Rey!".

 

El efecto personal más inmediato de la proclamación de la República del 31 había sido la separación del Rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia. Uno se fue por un lado y otra por otro, uno al cobijo de la Italia fascista, en compañía de los hijos, entre ellos el infante don Juan, y otra a la neutral Suiza. Fallecido el Rey y quebrado el fascismo, Don Juan buscó asentarse en el Portugal corporativista de Oliveira Salazar. Y, tras la conocida entrevista del Saltillo, acordó con Franco que Don Juan Carlos, el actual jefe del estado, se educara en la España del Caudillo: decisión que despertó la ira de los jóvenes falangistas.

Mientras que los mandos oficialistas, asentados en la comodidad de los despachos, aconsejaban a los jóvenes militantes paciencia y fe en el mando, los menos atontolinados se daban perfecta cuenta del rumbo que tomaban los acontecimientos. Y, para manifestar su descontento, cantaban una tonadilla de dudoso gusto e inequívoca censura del futuro, con la música de “¿Dónde vas Alfonso XII?”, que rezaba:

 

"De Portugal ha venido, de Portugal ha llegado

el que va a ser Rey de España, y se llama Don Juan Carlos.

A la estación de Delicias ha salido a recibirle

la aristocracia española, entre dos guardias civiles.

El maquinista era conde, la cocinera marquesa,

La mujer de la limpieza dicen que era baronesa.

Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de cartón,

que la corona de España no es para ningún Borbón.

Si Juan Carlos quiere corona, que será la haga de cartón,

que la corona de España es para el pueblo español".

 

De mucho mejor tono fue la letra que dos entonces jóvenes activistas, Sota y Gibello, escribieron, dicen que sobre el mármol de una mesa de la cervecería "La Cruz Blanca", para ser cantada sobre la música de una canción de marcha entonces muy acreditada en las centurias: "Alpeprí", cuya letra original hacía memoria de los prisioneros del barco prisión Alberto Pérez, asesinados durante la guerra civil. La nueva letra revolucionaria decía: 

"¡Patria en pie!

Ruge de nuevo fragor del combate,

Falange joven, ¡arriba a luchar!

Otra vez reclaman los firmes guiones

la revolución de justicia y de pan.

No queremos Reyes ni nulos regentes,

basta de injusticias, ¡Estado sindical!,

ardiente marchamos sembrando inquietudes

nuestras juventudes no transigen mas.

¡Patria en pie!

Nuestras falanges, al grito de guerra,

heroicas se aprestan, con furia a luchar.

Basta de caciques y confusionismo,

una España limpia hemos de implantar,

juramos ser fieles a la España eterna,

será José Antonio nuestro capitán.

¡Patria en pie!

 

Otro desahogo menor, no injustamente calificable de pueril y alicorto, fue cantar, con la música de Jingle bells:

 

¡Reyes, no!

¡Reyes, no!

¡Revolución, sí!

¡Reyes, no!

¡Reyes, no!

¡Revolución, sí!

Qué bonita es la bombita

Que vamos a colocar,

Cuando venga el Rey Juan Carlos,

en el palacio real.

 

Al cabo, ni hubo bomba, ni fragor de combate, ni Estado Sindical.

Los falangistas genuinos, independientes del Movimiento, herederos de la Falange originaria, divididos, sin medios, penetradas sus organizaciones por agentes de los Servicios secretos,  apenas tuvieron voz.

Y las ansias monarcómacas de los francofalangistas llanamente se sosegaron, que, por poca simpatía que les inspirase, Don Juan Carlos, era, al fin, el candidato querido por su Caudillo, quien había pedido en su testamento que se le guardara la misma fidelidad que se le había guardado a él. Y los intereses estaban claros. Continuar el franquismo en forma monárquica, con Ley de Reforma Política y todo, sería, para los hombres del Movimiento, seguir el consejo del príncipe de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.