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  RESEÑA DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN GIJÓN, ASTURIAS, EN El CINEMA CAMPOS ELÍSEOS, EL VIERNES 14 DE FEBRERO DE 1936.

No traigo preparado un discurso. Tengo sólo notas dispersas, seiscientos kilómetros recorridos por carretera, y en los zapatos el barro de Castilla. Toda España está impregnada de nuestro grito. Pasado mañana se libra la primera batalla. Importa mucho los votos que se nos den porque significan una asistencia a la tónica de nuestra lucha; pero nos importa más porque esta coyuntura electoral nos da ocasión de propagar nuestra inquietud y de pasear nuestras consignas. Así como somos los pobres y quizá no todos viejos, somos los únicos que comparecemos en la lucha electoral con un programa entero, con un manifiesto entero. Los únicos que, aunque no vayamos a vencer en la .contienda, nos presentamos a ella con un programa definido y concreto.

Así como vosotros seguís en vuestra lucha, así como no desmayáis ante las calumnias y dificultades que se interponen en vuestro camino, nuestros camaradas de Santander, Valencia, Zaragoza, Cáceres, Sevilla, Jaén, Toledo, Zamora, están sosteniendo la misma lucha. Dentro de dos días veréis cientos de miles de votos que acaso no sean suficientes para darnos puestos en el Parlamento, pero es lo de menos: dicen muy claro que aun en este terreno de los votos, que no es el nuestro, esta presencia enérgica constituye un triunfo para la Falange Española. Dentro de dos años nosotros, salvando las triquiñuelas electorales, seremos una fuerza positiva en la vida nacional. Y ahora una declaración sobre este tema de los pactos electorales: no retiraremos las candidaturas ni en Asturias ni en ninguna parte de España donde estén presentadas (¡Muy bien! Aplausos.) No retiraremos las candidaturas; únicamente en uno de estos dos casos contemplaríamos tal posibilidad: Primero, que no fuéramos nadie, que no tuviéramos fuerza. Puede que no seamos nadie y que no tengamos fuerza. Entonces, ¿por qué tienen empeño en que nos retiremos? Si no somos nadie ¿qué estorbamos? Déjennos realizar este pequeño desahogo. Segundo: retiraríamos la candidatura si con ello cumpliéramos un deber. Si hiciéramos daño en serio a los grandes y permanentes intereses de España, no a los intereses de cualquier organización caciquil y a cualquier orador más o menos pasado de moda, que aspire a ser la "vedette" del Parlamento.

Habla también de que las retirarían si existiera un peligro evidente de revolución inmediata, marxista o separatista. Se refiere a la lucha política y a quienes tienen en sus manos el pandero electoral. Añade que las revoluciones no se ganan con votos. De ello tienen buena prueba los asturianos por octubre del año 1934. Agrega que sin fanfarronerías puede afirmar que en caso de que se produjera otra revolución, ellos lucharían contra ella en la calle como lo hicieron en la anterior coyuntura.

Habla del panorama de miseria que tiene España de punta a punta. Tiene párrafos de elocuencia al tratar de las gestas de Pizarro y de otros grandes valores nacionales. Desde la cuna de Pizarro, en Trujillo, vino a Asturias, cuna en la que se meció España. Se extiende a este aspecto en amplias consideraciones acerca de este tema, y añade, más adelante, desconfiar de la eficacia de los métodos de las coaliciones contrarrevolucionarias, que probablemente resultarán elegidas y que una vez en el Poder no harán nada positivo, sino decir que volverán a la lucha nuevamente, ofreciendo panaceas para salvar a España. Combate la propaganda de coalición de las derechas. Recuerda que él fue quien dio el grito de alerta para formar el Frente Nacional que luchara frente al comunismo, no por lo que en sí representa en España, sino por tratarse de una monstruosidad asiática, de un atentado contra la conciencia europea...

Da fin a su discurso manifestando que hay que luchar por una España grande, libre. Cuando se oiga un grito de "¡España, una e indiscutible!", responded: "¡España, por la Falange! ¡Arriba España!" (Gran ovación.)

El Comercio, núm. 17.940, de Gijón, 15 de febrero de 1936. Texto obtenido por deferencia de los camaradas Francisco Javier Jiménez, director de Voluntad, y Marcelino Junquera.


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