Unamuno.–Sigo los trabajos de ustedes. Yo soy sólo un viejo
liberal que he de morir liberal, y al comprobar que la juventud ya no
nos sigue, algunas veces creo ser un superviviente. Cuando de
estudiante me puse a traducir a Hegel, y acaso pude ser uno de los
precursores de ustedes.
José Antonio.–Yo quería conocerle, don Miguel, porque admiro su
obra literaria y sobre todo su pasión castiza por España, que no ha
olvidado usted ni aun en su labor política de las Constituyentes. Su
defensa de la unidad de la Patria frente a todo separatismo nos
conmueve a los hombres de nuestra generación.
Unamuno.–Eso siempre. Los separatismos sólo son resentimientos
aldeanos. Hay que ver, por ejemplo, qué gentes enviaron a las Cortes.
Aquel pobre Sabino Arana que yo conocí era un tontiloco. Maciá
también lo era, acaso todavía más por ser menos discreto... Confío
en que ustedes tengan, sobre todo, respeto a la dignidad del hombre.
El hombre es lo que importa; después lo demás: la sociedad, el
Estado. Lo que he leído de usted, José Antonio, no está mal, porque
subraya eso del respeto a la dignidad humana.
José Antonio.–Lo nuestro, don Miguel, tiene que asentarse sobre
ese postulado. Respetemos profundamente la dignidad del individuo.
Pero no puede consentírsela que perturbe nocivamente la vida en
común.
Unamuno.–Pero yo confío en que no lleguen– ustedes a estos
extremos contra la cultura que se dan en otros sitios. Eso es lo que
importa. No es posible que la juventud, por muy estupidizada que
esté, y yo lo creo sin ánimo de molestarles, caiga en el horror de
creer que el pensar es una "funesta manía"; la funesta
manía de pensar de aquellos bárbaros de Cervera. Por cierto que el
otro día, y con motivo de una huelga en la Universidad, recibí a un
grupo de muchachos de los de ustedes. Les pregunté qué querían,
qué era eso de la Falange.
Bravo.–Estarían aturdidos ante usted y no sabrían
explicárselo.
Unamuno.–No sé. Pero no sabían lo que querían. Y eso me prueba
que hay un peligro de desmentalización de los muchachos. No conviene
que ustedes acentúen esa tendencia pasional.
Sánchez Mazas.– Pero usted, don Miguel, ha escrito a veces otra
cosa.
Unamuno. –Acaso. Llevo ya más de cuarenta años de escritor y a
veces me olvido de lo que dije, y otras me contradigo y repito. Eso es
lo humano...
José Antonio. –Estamos necesitados, don Miguel, de una fe
indestructible en España y en el español.
Unamuno. –¡España! ¡España!... Muchas veces he pensado que he
sido injusto en mis cosas; que combatí sañudamente a quienes estaban
enfrente; acaso quizá a su padre. Pero siempre lo hice porque me
dolía España, porque la quería más y mejor que muchos que decían
servirla sin emplearse en criticar sus defectos.
José Antonio. –También nosotros, don Miguel, hemos llegado al
patriotismo por el camino de la crítica. Eso lo he dicho yo antes de
ahora. Y hoy, en esta Salamanca unamunesca, voy a decir a quien nos
escuche que el ser español es una de las pocas cosas serias que se
pueden ser en el mundo.
Unamuno. –Muy bien. Pero sin xenofobia. ¡El hombre, el hombre! Y
también el español y España. Y los valores del espíritu y de la
inteligencia.
Bravo.–¿Por qué no nos ayuda usted en la lucha contra los
separatismos? En el fondo, nosotros somos sus discípulos y hemos
aprendido en usted a sentir a España, con orgullo, apasionadamente.
Pero son los liberales, los hombres retrasados del XIX, los que ponen
en peligro la Patria.
Unamuno.–Usted repite mucho esa tontería de Daudet sobre el
"estúpido siglo XIX". Pero eso no es verdad. Yo lo
defiendo. Vivimos ahora mismo de su herencia. incluso lo de ustedes
tuvo en él sus primeros maestros. Después de Hegel, Nietzsche, el
conde José De Maistre, aquel gran desdeñoso que gritaba a sus
adversarios: "No tenéis a vuestro lado más que la
razón..."
José Antonio.–Nosotros no queremos saber nada con De Maistre,
don Miguel. No somos reaccionarios.
Unamuno.–Mejor para ustedes.
Bravo.–Se hace tarde. La hora del mitin está cerca.
Unamuno.–Voy con ustedes.
(Bravo: "José Antonio.–El hombre, el Jefe, el
Camarada", págs. 85-90).