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  LA MUERTE ES UN ACTO DE SERVICIO

1. La muerte es un acto de servicio. Ni más ni menos. No hay, pues, que adoptar actitudes especiales ante los que caen. No hay sino seguir cada cual en su puesto, como estaba en su puesto el camarada caído cuando le elevaron a la condición de mártir.

2. No hagáis caso de los que, cada vez que cae uno de los nuestros, muestran mayor celo que nosotros mismos por vengarle. Siempre parecerá a esos la represalia pequeña y tardía, siempre deplorarán lo que padece, con soportar las agresiones, el honor de nuestra Falange. No les hagáis caso. Si tanto les importa el honor de nuestra Falange, ¿por qué no se toman siquiera el trabajo de militar en sus filas?

3. El honor y el deber de la Falange tienen que ser medidos por quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de dirigirla. No olvidéis que uno de los principios de nuestra moral es la fe en los jefes. Los jefes tienen siempre razón.

4. Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado, sobre todo un pueblo, una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil, deben, los que tienen la responsabilidad del mando, medir hasta dónde se puede sufrir y desde cuándo empieza a tener la cólera todas las excusas.

5. Lo que demuestra mejor que nada si se conserva el temple, es la permanencia en el mismo puesto de peligro. No hace falta baladronadas; ¿qué mayor señal de firmeza que poner otro hombre, como si tal cosa, en el puesto donde estaba el caído?

6. El caído, que, cuando se le nombra, responde por la voz de los camaradas: ¡Presente!

7. El martirio de los nuestros es, en unos casos, escuela de sufrimiento y de sacrificio. Cuando hemos de contemplarlo en silencio. En otros casos, razón de cólera y de justicia. Lo que no pueden ser nunca nuestros mártires es tema de "Protesta" al uso liberal. Nosotros no nos quejamos. Ese no es nuestro estilo. Nosotros no profanamos los despojos de nuestros, muertos, arrastrándolos por editoriales jeremíacos o sacudiéndolos para lograr efectos políticos entre el ajado terciopelo de los escaños de las Cortes.

FE, núm. 5, 1 de febrero de 1934.


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