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  NOTAS A UNA NOTA

No hemos perdido nada

Hubo un gobernador militar en Asturias, famoso estratega además, que durante cierta huelga revolucionaria resumió con una frase su actitud frente a los huelguistas: "Los cazaré por los montes como a alimañas". Ese mismo general pasó después por la Dirección General de la Guardia Civil –donde su estancia se recuerda con descontento– y por la presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Estos últimos cargos bajo la Dictadura.

¿Los ocupaba el general en cuestión por pura disciplina militar y con todas las reservas espirituales? Es difícil saberlo, a pesar de la aparatosa efusión que siempre tuvo para el difunto presidente. Pero en el archivo del general Primo de Rivera quedan pruebas epistolares del respeto "y admiración" con que aquel otro general le favorecía. El respeto de inferior a superior es reglamentario. Mas no la admiración. Cuando se dice a un superior que se le admira es porque se le admira de veras o porque trata de adulársele vergonzosamente.

Y, sin embargo, ese general, sépanlo todos, era un pomo vivo de esencias liberales. ¡Qué hermosa declaración la suya de ayer! El general ha querido reverdecer sus glorias de "viejo periodista" con una pieza literaria de tres columnas, en las que no se sabe qué admirar más, si la oscuridad de los conceptos, el cuidado con que se oculta todo pensamiento central o la puntualidad con que acuden, como a una cita, solecismos y vulgaridades. Admiremos párrafos de esta transparencia:

"Hay que contribuir por todos los medios a calmarla; primero, por medios buenos, y por fin, por los enérgicos; pero haciendo que una aurora de libertad y de justicia disipe las tinieblas que la iniciaron, que la invadieron y la cegaron, y al perder la esperanza la lanzaron vientos borrascosos, venidos de Oriente, a caminar descarriada y enloquecida, sin fe en su saber, sin fe en el sentir, sin fe en el presente ni en el futuro, y sindicada forzosamente, sin guía ni dirección, en el más aciago de los Sindicatos: el Sindicato de la desilusión, del desaliento y de la duda, de la que hay que sacarla a todo trance."

Anótese el manifiesto entero del general en su hoja de servicios a la revolución. Así, cuando "se arme la gorda" y triunfen "los otros", el que llegó a todo bajo la Dictadura podrá aspirar a alguna prebenda de los revolucionarios. Si no se la dan no será porque se haya quedado corto en la adulación: primero toleró un mitin bullicioso ante el Supremo de Guerra; luego hizo público un voto particular en favor de los condenados a pena ya levísima, y ahora sale con "esto".

Los tránsfugas suelen ser bien acogidos, hasta ahora, entre los revolucionarios. No por lo que valen personalmente, sino porque una casaca de ex ministro, una sotana o un uniforme militar, arrastrados en lisonja de la revolución, abren siempre brecha en la severa unanimidad de las demás casacas, de las demás sotanas y de los demás uniformes. Tanto les importa a los adulados que el adulador escriba una nota mazorral, como que, vestido de gala, con las condecoraciones en el pecho, se ponga a bailar un zapateado sobre la mesa de una taberna. Lo interesante es que el uniforme desmerezca de lo que representaba. Porque, por lo demás, el nuevo "viejo periodista" no aporta ningún tópico que los otros, nuevos y viejos, no hubieran repetido mil veces. Ni ninguna injusticia, como esa de los despilfarros de la Dictadura, cuando la Dictadura halló a la Hacienda con mil millones de déficit y la ha dejado en un superávit que ya sólo niegan los embusteros. La nota del general está cocinada con desperdicios, como la comida de los malos figones.

En fin, que sea enhorabuena; hoy sale su retrato en todos los periódicos y hay un poquito de "jaleo". Dentro de unos días, ¿qué quedará? Bajo el entusiasmo de los periódicos de la izquierda descubre el menos perspicaz el esfuerzo de una obligada cortesía. ¿Será que no les hace demasiada gracia el recién llegado? Ya veremos si el día de la recolección hay paga suficiente para los últimos advenedizos (sospechosos de nuevas deslealtades, porque vinieron por el camino de la deslealtad) o si el premio y la gloria es sólo para los que desde el principio lucharon de cara al riesgo.

Como en su sitio, "aquél"; aquél cuya memoria hoy ofende quien se dijo su fraternal camarada; "aquel" que se nos murió, extenuado en el patrio servicio, sin haber descendido nunca a la falsía ni a la adulación. Ni aduló en las camarillas de Palacio, donde los cortesanos le vencieron, ni, lo que vale más, aduló a las masas en rebeldía, más poderosas hoy que los reyes y por eso más exigentes de halagos. Vivió y murió para la verdad y por España. ¡Qué poco pierde su figura con la póstuma desbandada de tibios y logreros! ¡Y cuánto pierden otras figurillas en el contraste l

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

La Nación, 28 de marzo de 1931.


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