DISCURSO PRONUNCIADO EN EL CINEMA EUROPA, DE MADRID, EL DÍA 2 DE FEBRERO DE
        1936
        Por primera vez vemos a la Falange en una coyuntura electoral y nosotros, que no somos
        de derecha ni de izquierda, que sabemos que una y otra postura son incompletas,
        insuficientes, pero que no desconocemos, sin embargo, que en la derecha y en la izquierda,
        como esperando la voz que lo redima, está todo el material humano de que España dispone,
        al encontrarnos ante esta coyuntura electoral hemos tenido que estudiar, incluso con ojos
        benignos, los programas de la izquierda y de la derecha para ver si tenían algo
        aprovechable. El programa de la izquierda era el más fácil de estudiar; se ha formulado
        con puntos y comas, con números y letras en los apartados. Y el programa de la izquierda,
        si se examina, tiene estas tres cosas; en primer lugar, una parte que es de puro señuelo
        electoral, una pura enumeración de bienandanzas; se va a hacer de España una Arcadia,
        sin que sepamos cómo. Hay cosas tan contradictorias como el aumento de todos los
        servicios de la sanidad, de las escuelas, de las comunicaciones y la
        reducción, al mismo tiempo, de los impuestos. Nadie sabe, si se van a reducir los
        impuestos, cómo se van a aumentar los servicios. Esta primera parte no tiene otro objeto
        que cazar a unos cándidos electores, no muy dotados de agudo espíritu crítico. Hay una
        segunda parte, la que se refiere a lo social, donde el manifiesto de las izquierdas
        y esto convendría que los obreros lo supiesen se mantiene en los términos
        del más cicatero conservantismo. Nada que se acerque a la nacionalización de la tierra,
        nada que se acerque a la nacionalización de la Banca, nada que se acerque al control obrero,
        nada que sea avance en lo social. Y hay un tercer ingrediente en este programa de la
        izquierda que aleja todas nuestras esperanzas en orden al sentido nacional que pudiera
        aportar: una declaración de que será restablecido, en su plenitud, el sistema
        autonómico votado en las Cortes Constituyentes; otra declaración de que renacerán las
        persecuciones, las chinchorrerías, las mortificaciones personales del primer bienio. Los
        varones de las izquierdas reunidos para redactar un manifiesto; los varones de las
        izquierdas, que saben hasta qué punto hendió la concordia del 14 de abril esta falta de
        sentido de totalidad, de empresa nacional, cuando se ven en la perspectiva de gobernar a
        España otra vez tienen el cuidado de decir que indagarán en los expedientes de los
        agentes de vigilancia para comprobar su minuciosa adhesión al régimen o expulsarlos, si
        no, del servicio.
        Claro es que el verdadero fondo del manifiesto de las izquierdas no está en ninguno de
        estos tres apartados: está en el espíritu total que lo informa. El manifiesto de las
        izquierdas no señala sino una previa época de tránsito, en que la masa fuerte,
        numerosa, de los partidos proletarios de combate convida benévolamente a unos cuantos
        burgueses, más o menos resentidos, para que figuren en la candidatura; y como sabe que
        los va a desbordar pronto, como sabe que no son sino unos mandatarios interinos, les deja
        el último goce de que se desahoguen un poco en la sustanciación de sus pequeños
        resentimientos.
        Este no es un juicio temerario, Muchos de vosotros conocéis un periódico que se llama
        Renovación. A pesar de su nombre, no imaginéis que es el órgano del dignísimo y
        respetabilísimo don Antonio Goicoechea, no; Renovación es el órgano de las
        juventudes socialistas, y en este órgano de las juventudes socialistas se dice, con
        descaro, que tras del triunfo electoral de las izquierdas empezará el partido socialista
        revolucionario a montar la dualidad de Poderes; irá armando, junto a cada órgano del
        Estado, el órgano del partido socialista, el órgano del futuro Estado socialista, para
        que cuando esté la cosa madura, el partido socialista, ya insertado, ya penetrado en cada
        una de las células del Poder, no tenga sino desprender la cáscara postiza de los
        burgueses y quedarse del todo con el Estado socialista soviético.
        Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden
        en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es
        algo mucho más profundo. Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la
        historia; es la sustitución violenta de la Religión por la irreligiosidad; la
        sustitución de la Patria por la clase cerrada y rencorosa; la agrupación de los hombres
        por clases, y no la agrupación de los hombres de todas las clases dentro de la Patria
        común a todos ellos; es la sustitución de la libertad individual por la sujeción
        férrea de un Estado que no sólo regula nuestro trabajo, como un hormiguero, sino que
        regula también implacablemente nuestro descanso. Es todo esto. Es la venida impetuosa de
        un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura
        de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a
        dar por caducada.
        Pero si así se nos presentan las izquierdas, ¿cómo se nos presentan las derechas?
        ¿Qué nos dicen las derechas en sus manifiestos, en sus carteles electorales? Si el
        rencor es la consigna del frente revolucionario, simplemente el terror es la consigna del
        frente contrarrevolucionario. Al rencor se opone el terror, y nada más que esto. Ni un
        gran quehacer, ni el señalamiento de una gran tarea, ni una palabra animosa y
        esperanzadora que nos pueda unir a los españoles. Todo son gritos: "Que se hunde
        esto, que se hunde lo otro; contra esto, contra lo otro". El grito que se da al
        rebaño en la proximidad del lobo para que el rebaño se apiñe, se apriete, cobarde. Pero
        una nación no es un rebaño: es un quehacer en la Historia. No queremos más gritos de
        miedo: queremos la voz de mando que vuelva a lanzar a España, a paso resuelto, por el
        camino universal de los destinos históricos. 
        Para consignas de miedo ya tuvimos bastante con las de 1933. Se nos dijo lo mismo:
        "¡Que se hunde esto! ¡Que se hunde lo otro! ¡Defendámoslo! ¡Todos unidos, todos
        somos uno!". Al día siguiente del escrutinio ya se había pasado el susto, y como se
        habían unido instintivamente por el susto, aquellos que gozaron juntos las delicias del
        escrutinio, resultó que al día siguiente nada tenían que hacer en común. Para tener
        algo en común hay que tener el mismo sentido entero de la historia y de la política. El
        sentido entero de la historia y de la política, como dije en el mitin de la Comedia, es
        como una ley de amor; hay que tener un entendimiento de amor, que sin necesidad de un
        programa escrito, con artículos y párrafos numerados, nos diga, en cada instante,
        cuándo debemos abrazarnos y cuándo debemos reñir. Sin ese entendimiento de amor, la
        convivencia entre hombre y mujer, como entre partido y partido, no es más que una árida
        manera de soportarse.
        Como no había una ley de amor sobre la cabeza de los partidos triunfantes en el año
        33, no pudieron coincidir más que en una cosa: en no hacer nada. Como necesitaban los
        votos, unos de otros, para que aquellos votos no se les negasen hubo un acuerdo tácito,
        por virtud del cual cada uno renunció a lo más señero, a lo más interesante, a lo más
        caliente de lo que podía llevar en su programa; se convirtieron en dóciles corderos los
        viejos anticlericales del partido radical y aplazaron indefinidamente sus tribulaciones
        religiosas los de la C.E.D.A. Ya nada corría prisa, ni en lo material ni en lo
        espiritual. ¿Qué se hizo en lo material? Pensad en lo que queráis: en la reforma
        agraria, en el paro obrero, en lo que os plazca. La reforma agraria era mata, tenía un
        gran defecto en su planteamiento, tenía algunas injusticias en el articulado. Ya está
        radicalmente purgada de todos sus defectos. La ley de Reforma Agraria fue anulada por las
        Cortes de 193335, y con su muerte, desde luego, se curó de todo resto de
        enfermedad.
        El paro obrero, que es una angustia que debía quitar el sueño a todo político
        español, nos ofrece la triste situación de 700.000 hombres que pasan muchos días y
        muchas noches sin comer; 700.000 cabezas de familia para quienes el pan diario de sus
        hijos constituye una congoja sin remedio. Pues bien: ¿qué se hizo contra el paro obrero?
        Mala literatura parlamentaria. Un proyecto para remediarlo con 100 millones de pesetas.
        Otro proyecto para remediarlo con 1.000 millones de pesetas. Al final, cuando la época
        electoral estaba cerca, se las arreglaron de modo que ahora se están haciendo al mismo
        tiempo no sé cuantas casas en Madrid. Dentro de unos meses, cuando esas casas se
        concluyan, los obreros de la construcción de Madrid ya no tendrán nada que hacer en
        veinte años. De los 400.000 y pico de obreros del campo, que constituyen el núcleo más
        numeroso y angustioso del paro obrero, no se acordaron siquiera las Cortes de 1933.
        Eso en lo material. Veamos en lo espiritual. Ahí tenéis a nuestro Ejército, a
        nuestro magnífico Ejército, que tiene que nutrirse, como siempre, de su tradición
        heroica; ahí tenéis a nuestro Ejército, a nuestra Armada, a nuestra Aviación, sin
        cañones, sin torpedos, sin caretas contra los gases asfixiantes; ahí los tenéis para
        que si un día (que Dios no mande sobre nosotros) tienen que hacer otra vez cara a una
        ocasión de guerra, nuestros soldados puedan dejar a sus hijos, como les dejaron tantos
        militares españoles, la triste gloria de saber que sus padres dieron la vida heroicamente
        por defender a una Patria representada por un Estado que no les dio medio de defensa.
        Ahí tenéis también la escuela, donde ya no se forma el alma de los niños para que
        sean españoles y cristianos; nuestra escuela, penetrada por el marxismo, que fue cauto
        para instalarse en la escuela en los dos años del Gobierno socialista, y que no ha sido
        desalojado de ella en los dos años del Gobierno cedista y radical.
        Ahí tenéis al Estatuto de Cataluña redivivo. El Estatuto de Cataluña, que si se dio
        honradamente tuvo que darse sobre el supuesto de que en Cataluña ya no quedaban restos
        del virus separatista. Cuando una región está ganada por entero para la conciencia de la
        unidad de destino de la Patria, no importa que técnicamente sus organismos de
        administración se monten de una manera o de otra; pero cuando en una región perdura el
        sentimiento de insolidaridad con la unidad de destino de la Patria, entonces no se le
        puede entregar un Estatuto, porque el Estatuto es una herramienta para aumentar el poder
        de secesión. Pues bien: si las Cortes Constituyentes no fueron criminales, erraron el
        cálculo al dar a Cataluña el Estatuto; pero destruida la presunción de que Cataluña
        estaba del todo incorporada a la unidad de destino española con la rebelión de la
        Generalidad, el 6 de octubre de 1934 había caducado toda decente justificación para que
        el Estatuto se mantuviera, y, sin embargo, las Cortes de 1933 a 1935, tras de suspender
        tímidamente el Estatuto, dejaron abierta la puerta para que el Estatuto, en todas sus
        partes, se restableciese.
        ¡Política estéril la de este estéril y melancólico bienio! ¡Política estéril la
        de esos hombres que tuvieron en sus manos aquella magnífica ocasión del 6 de octubre!
        Tuvieron en su mano todo el Poder, todo el Poder que ahora piden con 180 candidatos, como
        os decía Julio Ruiz de Alda; tuvieron todo el Poder y toda la asistencia. Fue un
        instante, después de salvada España de la urgencia peligrosa, para levantar una clara
        consigna, para decirnos: "Ya que nos hemos salvado de este inmenso peligro histórico
        vamos a emprender juntos una gran tarea". ¿Se hizo eso? En vano estuvimos esperando
        la consigna, en vano esperamos el desenlace. Aún dura el papeleo, aún duran los juicios
        orales y los Consejos de Guerra. Sabemos que todo es un simulacro. No nos importa en
        cuanto a los humildes. No nos importa que absuelvan a los mineros enardecidos. Sabemos que
        su ímpetu revolucionario puede encauzarse un día en la revolución nacional española.
        No tenemos ningún rencor, ni ganas de que se nos entreguen cabezas cortadas, ni hombres
        pendientes de la horca: pero nos subleva que de la revolución de Asturias y de la
        revolución de la Generalidad de Cataluña hayan venido a resultar responsables el
        sargento Vázquez y un pobre minero.
        Y toda esta esterilidad en lo material y en lo espiritual, envuelta en un clima moral
        insoportable, en un clima moral del que fueron beneficiarios los hombres de un viejo
        partido, y del que fueron demasiado tolerantes encubridores los hombres del otro. En
        España hacía muchos años que no se manejaban los caudales públicos y privados con el
        sucio desembarazo con que se han manejado en estos tiempos. Nosotros tenemos amigos y
        enemigos; nosotros sabemos que en todos los partidos hay gentes con quienes coincidimos
        más o con quienes coincidimos menos; pero ni aun a aquellos con quienes estamos
        entrañablemente discordes les lanzaremos a la cara la imputación de falta de honradez;
        sin embargo, nosotros, aquí como en el Parlamento, lanzamos la imputación de falta de
        honradez a algunos de los hombres que gobernaron en este bienio melancólico. Y yo, que en
        aquella y última noche memorable de las Cortes tuve que hablar hasta las seis de la
        madrugada, después de poner en claro, cifra por cifra, cómo se preparaba un atraco de
        dos millones de pesetas contra el Tesoro colonial español, dije a las Cortes:
        "Ahora, por bolas blancas y por bolas negras, vamos a decidir, no de la honorabilidad
        de este o del otro ministro, ,de este o del otro ex presidente (sobre eso, el pueblo
        español tiene ya formado su juicio); vamos a votar sobre el honor de estas Cortes, vamos
        a saber si estas Cortes reprueban o toleran que gentes salidas de nuestro seno cultiven
        así la inmoralidad". A las seis de la madrugada, cuando un amanecer lívido empezaba
        a teñir de un tono lechoso la claraboya del salón de sesiones, los diputados, en fila,
        fueron echando bolas blancas y bolas negras. Por un predominio de las bolas blancas sobre
        las negras, aquellas Cortes, en aquella madrugada de su suicidio, decidieron que no
        tenían honor.
        Después de esta experiencia estéril de estos dos años, ¿otra vez se nos convoca,
        como en 1933; otra vez se nos llama para esto, porque viene el lobo, porque viene el coco?
        ¿Otra vez, ya alejados por el uso, esos melancólicos, carteles que dicen: "Obrero
        honrado, obrero consciente" que era un lenguaje apolillado ya cuando se
        escribía Juan José; "Obrero honrado, obrero consciente, no te dejes engañar
        por lo que te dicen tus apóstoles"? ¡Como si el obrero honrado y consciente no
        supiera que hasta que armó sus fuertes Sindicatos donde hubo algún apóstol que
        quizá medró en política, pero donde hubo ánimo combatiente y medios numerosos;
        que hasta que tuvo esos Sindicatos y planteó la guerra, los que hoy escriben esos
        carteles no se acordaron de que eran obreros honrados y conscientes! Esos carteles, donde
        se habla de todo, desde los incendios de Asturias hasta las toneladas de cemento que
        pensaba emplear la C.E.D.A. en su plan quinquenal, pero de donde hay dos cosas totalmente
        ausentes: primera, la sintaxis; segunda, el sentido espiritual de la vida. Cemento,
        materiales de construcción, jornales, eso sí; aquello de antes, como ya os he dicho esta
        mañana: el crucifijo en las escuelas, la Patria, la unidad nacional, ni por asomo. A
        última hora parece que se han acordado de que habían quedado fuera de los programas
        estos pequeños detalles, y empiezan a salir algunos carteles que remedian, si no la
        sintaxis, al menos el descuido. Los carteles del miedo, los carteles de quienes temen
        perder lo material, los carteles que no oponen a un sentido materialista de la existencia
        un sentido espiritual, nacional y cristiano; los carteles que expresan la misma
        interpretación materialista del mundo, la interpretación esa que yo me he permitido
        llamar una vez el bolcheviquismo de los privilegiados, para eso nos convocan; con la
        invocación de ese miedo, nos llaman y nos dicen: "Que se nos hunde España, que se
        nos hunde la civilización cristiana; venid a salvarla echando unas papeletas en unas
        urnas". Y vosotros, electores de Madrid y de España, ¿vais a tolerar la broma de
        que cada dos años tengamos que acudir con una papeletita a salvar a España y a la
        civilización cristiana y occidental? ¿Es que España y la civilización occidental son
        cosas tan frágiles que necesiten cada dos años el parche sucio de la papeleta del
        sufragio? Es ya mucha broma ésta. Para salvar la continuidad de esta España
        melancólica, alicorta, triste, que cada dos años necesita un remedio de urgencia, que no
        cuenten con nosotros. Por eso estamos solos, porque vemos que hay que hacer otra España,
        una España que se escape de la tenaza entre el rencor y el miedo por la única escapada
        alta y decente, por arriba, y de ahí por dónde nuestro grito de "¡Arriba
        España!" resulta ahora más profético que nunca. Por arriba queremos que se escape
        una España que dé enteras, otra vez, a su pueblo las tres cosas que pregonamos en
        nuestro grito: la Patria, el pan y la justicia.
        Una Patria que nos una en una gran tarea común; tenemos una gran tarea que realizar:
        España no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de un universal destino, y le
        toca ahora cumplir éste: el mundo entero está viviendo los últimos instantes de la
        agonía del orden capitalista y liberal; ya no puede más el mundo, porque el orden
        capitalista liberal ha roto la armonía entre el hombre y su contorno, entre el hombre y
        la Patria. Como liberal, convirtió a cada individuo en el centro del mundo; el individuo
        se consideraba exento de todo servicio; consideraba la convivencia con los demás como
        teatro de manifestación de su vanidad, de sus ambiciones, de sus extravagancias; cada
        hombre era insolidario de todos los otros. Como capitalistas, fue sustituyendo la
        propiedad humana, familiar, gremial, municipal, por la absorción de todo el contenido
        económico, en provecho de unos grandes aparatos de dominación, de unos grandes aparatos
        donde la presencia humana directa está sustituida por la presencia helada, inhumana, del
        título escrito, de la acción, de la obligación, de la carta de crédito. Hemos llegado
        al final de esta época liberal capitalista, a no sentirnos ligados por nada en lo alto,
        por nada en lo bajo; no tenemos ni un destino ni una Patria común; porque cada cual ve a
        la Patria desde el estrecho mirador de su partido; ni una sólida convivencia económica,
        una manera fuerte de sentirnos sujetos sobre la tierra. Los unos, los más privilegiados,
        nos hemos ido quedando en ejercientes de profesiones liberales, pendientes de una
        clientela movediza que nos encomiende un pleito, o una operación quirúrgica, o la
        edificación de una casa; los otros, en esta cosa tremenda que es ser empleado durante
        años y años de una oficina, en cuya suerte, en cuya prosperidad no se participa
        directamente; los últimos, en no tener ni siquiera un empleo liberal, ni siquiera una
        oficina donde servir, ni siquiera una tierra un poco suya que regar con el sudor, sino en
        la situación desesperante y monstruosa de ser proletarios, es decir, hombres que ya
        vendieron su tierra y sus herramientas y su casa, que ya no tienen nada que vender, y como
        no tienen nada que vender, han de alquilar por unas horas las fuerzas de sus propios
        brazos, han de instalarse, como yo los he visto, en esas plazas de los pueblos de
        Andalucía, soportando el sol, a ver si pasa alguien que los tome por unas horas a cambio
        de un jornal, como se toman en los mercados de Abisinia los esclavos y los camellos.
        El capitalismo liberal desemboca, necesariamente, en el comunismo. No hay más que una
        manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo llegue: tener el valor de desmontar
        el capitalismo, desmontarlo por aquellos mismos a quienes favorece, si es que de veras
        quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos,
        espirituales y nacionales de la tradición. Si lo quieren, que nos ayuden a desmontar el
        capitalismo, a implantar el orden nuevo.
        Esto no es sólo una tarea económica: esto es una alta tarea moral. Hay que devolver a
        los hombres su contenido económico para que vuelvan a llenarse de sustancia sus unidades
        morales, su familia, su gremio, su municipio; hay que hacer que la vida humana se haga
        otra vez apretada y segura, como fue en otros tiempos; y para esta gran tarea económica y
        moral, para esta gran tarea, en España estamos en las mejores condiciones. España es la
        que menos ha padecido del rigor capitalista: España ¡bendito sea su atraso!
        es la más atrasada en la gran capitalización: España puede salvarse la primera de este
        caos que amenaza al mundo. Y ved que en todos los tiempos las palabras ordenadoras se
        pronuncian por una boca nacional. La nación que da la primera con las palabras de los
        nuevos tiempos es la que se coloca a la cabeza del mundo. He aquí por dónde, si
        queremos, podemos hacer que a la cabeza del mundo se coloque otra vez nuestra España. ¡Y
        decidme si eso no vale más que ganar unas elecciones, que salvarnos momentáneamente del
        miedo!
        Para esta gran tarea es para lo que hemos vestido este uniforme; para esta gran tarea
        os convocamos; para esta gran tarea levantamos nosotros, los primeros y los únicos, las
        banderas del frente nacional. No nos han hecho caso. Lo que se ha formado es otra cosa.
        ¡Ya os lo han dicho otros! Raimundo Fernández Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, Julio Ruiz
        de Alda, todos os lo han dicho. No es esto el frente nacional, sino un simulacro. Para eso
        no estamos nosotros; para eso no formamos nosotros; contra eso levantamos nuestra
        candidatura suelta, que puede triunfar si lo queréis; nuestra candidatura suelta, contra
        la cual se esgrime ahora un último argumento de miedo. Se dice: "Estos son, al
        separarse de los demás, también cómplices de la revolución". Primero: ¿de qué
        revolución? Nosotros no queremos la revolución marxista, pero sabemos que España
        necesita la suya. Segundo: ¿quién nos lo dice? Estos enanos de la venta, que ahora hacen
        a la letra impresa lanzar baladronadas, ¿pueden decirnos a nosotros que somos cómplices
        de la revolución, cuando en Asturias, en León y en todas partes nos hemos lanzado, unos
        y otros, a detener con nuestros pechos, y no con palabras, la revolución comunista, y
        hemos perdido a los mejores camaradas nuestros?
        Ahora, mucho "no pasarán", "Moscú no pasará", "el
        separatismo no pasará". Cuando hubo que decir en la calle que no pasarían, cuando
        para que no pasaran tuvieron qué encontrarse con pechos humanos, resultó que esos pechos
        llevaban siempre flechas rojas bordadas sobre las camisas azules.
        Y por último, ¿qué se creen que es la revolución, qué se creen que es el comunismo
        estos que dicen que acudamos todos a votar sus candidaturas para que el comunismo no pase?
        ¿Quiénes les han dicho que la revolución se gana con candidaturas? Aunque triunfaran en
        España todas las candidaturas socialistas, vosotros, padres españoles, a cuyas hijas van
        a decir que el pudor es un perjuicio burgués; vosotros, militares españoles, a quienes
        van a decir que la Patria no existe, que vais a ver vuestros soldados en indisciplina;
        vosotros, religiosos, católicos españoles, que vais a ver convertidas las iglesias en
        museos de los sin Dios; vosotros, ¿acataríais el resultado electoral? Pues la Falange
        tampoco; la Falange no acataría el resultado electoral. Votad sin temor; no os asustéis
        de esos augurios. Si el resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente
        contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas las
        actas de escrutinio al último lugar del menosprecio. Si, después del escrutinio,
        triunfantes o vencidos, quieren otra vez los enemigos de España, los representantes de un
        sentido material que a España contradice, asaltar el Poder, entonces otra vez la Falange,
        sin fanfarronadas, pero sin desmayo, estaría en su puesto como hace dos años, como hace
        un año, como ayer, como siempre. 
          (Palabras de José Antonio en el cine Padilla, antes de
        trasladarse a pronunciar su discurso en el cine Europa, el 2 de febrero de 1936)Los camaradas y amigos que están en el cine Padilla me van a
        conceder la benevolencia de tolerar que me traslade al cine Europa a pronunciar mi
        discurso. Se me han propuesto varias fórmulas, una de las cuales era decir aquí una
        parte y allí otra de la que podríais (si queréis ser generosos en la denominación)
        llamar la pieza oratoria que esperáis de mí. Yo, que empiezo a sentir una cierta fatiga
        oratoria, que siento disminuir mis aptitudes, no me arriesgo a partir en dos un discurso,
        como se parte en dos un salchichón. (Risas.) Solicito vuestra benevolencia para
        hablar a todos desde allí, y todos estáis seguros de que si mi presencia física no
        está aquí, en el cine Padilla, entre vosotros, la tensión espiritual, mucho más
        sentida, mucho más permanente que la de este cable eléctrico que nos une, se ha de
        mantener entre nosotros lo mismo que si yo estuviera físicamente aquí. Aparte de que
        quedan para presidimos varios de los camaradas que se sientan detrás de esta mesa, a uno
        de los cuales, a Rafael Sánchez Mazas, habéis oído tan magníficas palabras.
        En los minutos que yo emplee en trasladarme del cine Padilla al cine Europa, nuestras
        camaradas de la Sección Femenina van a proceder a una colecta. Para esta colecta no ruego
        de vosotros otra cosa que una cierta actitud de seriedad. Ya sabéis hasta qué punto es
        pobre la Falange; ya sabéis en qué empeños ha metido sus huestes. Estoy seguro de que
        nadie que recapacite un instante sobre esto contestará al requerimiento de nuestras
        camaradas con avaricia. Es fácil dar unas monedas de cobre; es fácil para algunos dar
        unas monedas de plata. No es lo fácil lo que pedimos, sino lo difícil, como difícil es
        la tarea que tenemos ante nosotros. Ya sé que con sólo esto, el que pueda dar una peseta
        no dará unos céntimos; el que pueda dar un duro no dará una peseta; el que pueda dar
        cinco duros no dará un duro. Al acercarse nuestras camaradas con la bolsa abierta para
        hacer un requerimiento a su generosidad, que cada uno considere, si no le basta
        avergonzarse de sí propio reprochando su propia cicatería, no lo que hicieron por la
        Falange los que cayeron, cuyo recuerdo es demasiado delicado para invocarse en solicitud
        de unas monedas; que piense cada uno en lo que dan nuestras magníficas compañeras que,
        uniformadas, enhiestas, activas, valerosas, constantes, vencen todos los días la batalla
        contra su propia timidez y se acercan a solicitar nuestra generosidad. (Grandes y
        prolongados aplausos).
        (Arriba, núm. 31, 6 de febrero de 1936)