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ANTE LAS ELECCIONES

POR ESPAÑA, UNA, GRANDE Y LIBRE; POR LA PATRIA, EL PAN Y LA JUSTICIA

EL MIEDO Y EL QUEHACER.–Otra vez la musa del miedo va a ser, para las gentes de media España, 'la inspiradora de las elecciones. Como en 1931. Como en 1933. Como será en 1938 y en 1940. Una vez el temor a la República. Otra, el temor a la perpetuación del primer bienio. Ahora, el temor a la revolución de Asturias. La próxima vez, ¿quién sabe? Así, mientras los socialistas y sus aliados (encarnaciones del peligro que hoy se hace desfilar ante nuestros ojos) saben a lo que van y lo que quieren, y están dispuestos a lograr por manera combatiente y activa, los de la línea opuesta, los que tocan alarma con la innovación de aquel peligro, sólo parecen coincidir en el terror que les produce. Se diría que, fuera del anuncio de catástrofes inminentes, no tienen mensaje que decir a la patria.

No queremos que caiga sobre nosotros participación en tal ceguera: cualquier recluta que se logre sin otra consigna que la del miedo, será completamente estéril. Frente a una voluntad decisiva de asalto no basta una helada y pasiva intención de resistencia. A una fe tiene que oponerse otra fe. Ni en las mejores horas imperiales, cuando hay tanto que merece conservación, basta con el designio inerte de conservar. Una nación es siempre un quehacer, y España de singular manera. 0 la ejecutara de un destino en lo universal o la víctima de un rápido proceso de disgregación. ¿Qué quehacer, qué destino en lo universal asignan a España los que entienden sus horas decisivas con criterio de ave doméstica bajo la amenaza del gavilán?

DOS AÑOS PERDIDOS.–La falta de clarividencia política viene ahora agravada por la nota de reiteración. Los contra y los anti de las elecciones del 33 imprimieron carácter al periodo político que arrancó de ellas. Sólo hubo aliento para lo negativo. Como no se combatió por nada ni hacia nada, sólo fue posible lograr coincidencias con el no hacer. Cada cual, en aras de conciertos efímeros, renunció a lo más señero que representaba. Aquella paz difícil entre elementos inconciliables devoró cuantas banderas hubieran podido izarse por unos y por otros. Así, vimos perecer la Reforma agraria del primer bienio sin que otra de verdad la sustituyera, sino el simple designio de dejar como está la insostenible situación del campo. Y vimos aplazado hasta última hora, para darle al fin remedio insuficiente y tímido, la angustia del paro forzoso. Y vimos renacer poco a poco los privilegios legales que en 1934 proporcionaron a la Generalidad de Cataluña instrumentos de secesión. Y esperamos en vano la reorganización del Ejército. Y la infusión de un sentido nacional en la escuela, minada por el marxismo. Y mientras se reprimía con severidad la rebelión de Asturias en las personas de unos mineros enardecidos y se ejecutaba al digno y valeroso sargento Vázquez, asistimos al indulto del traidor Pérez Farrás, primer oficial español que, en más de un siglo, se alzó en armas contra España para desmembrar una parte de su territorio.

Esto sin contar la benevolencia acordada a unos cuantos sujetos, por subalternas exigencias del sistema político, para que metieran las manos a sus anchas en caudales privados y públicos. Ni la sujeción del país entero por un férreo sistema de excepción al ayuno de todas sus libertades, como si se estuviera llevando a cabo, para justificar esa merma de libertad, alguna extraordinaria empresa exterior o interior.

¡ARRIBA ESPAÑA!–¿Se nos convoca para ganar en lucha difícil otros dos años como los fenecidos? Las elecciones próximas, ¿serán de nuevo como un balón de oxígeno que prolongue dos años, sin esperanza de nada mejor, el malvivir de nuestra España? Otros dos años de precaria tranquilidad, montada en falso; otros dos años de trampear el hundimiento definitivo de España no nos interesan. Y es bien difícil que interesen aun a quienes sólo apetecen su sosiego; es demasiado caro esto de que se les pida el máximo esfuerzo y el máximo sacrificio económico para tener cada dos años que repetir la fiesta. Aun para los egoístas es poco lo que se promete. Para los que colocan sobre el egoísmo el afán ardiente de una España grande y libre, es muchísimo menos. Contra el marxismo, contra el separatismo.... no basta. En los siglos en que fue madurando lo que iba a culminar en Imperio no se decía: "Contra los moros", sino "Santiago y cierra España", que era un grito de esfuerzo, de ofensiva. Nosotros, aleccionados en esa escuela, somos poco dados a. gritar: "Abajo esto", "Abajo lo otro". Preferimos gritar: "¡Arriba! ¡Arriba España!" España, una, grande y libre, no desalentada y mediocre; España, no como vana invocación de falsas cosas hinchadas, sino como expresión entera de un contenido espiritual y humano: la patria, el pan y la justicia.

LA PATRIA.–Queremos que se nos devuelva el alegre orgullo de tener una patria. Una patria exacta, ligera, emprendedora, limpia de chafarrinones zarzueleros y de muchas roñas consuetudinarias. No una patria para ensalzarla en gruesas efusiones, sino para entendida y sentida como ejecutara de un gran destino.

Queremos una política internacional que en cada instante se determine para la guerra o para la paz, para que sea neutral o beligerante por la libre conveniencia de España, no por la servidumbre a ninguna potencia exterior.

Para ello exigimos que nuestro Ejército y nuestras fuerzas navales y aéreas sean los que necesita la independencia de España y el puesto jerárquico que le corresponde en el mundo.

Queremos que la educación se encamine a conseguir un espíritu nacional fuerte y unido, y a instalar en el alma de las futuras generaciones la alegría y el orgullo de la patria.

Queremos que la patria se entienda como realidad armoniosa e indivisible, superior a las pugnas de los individuos, las clases, los partidos y las diferencias naturales.

EL PAN.–Nuestra modesta economía está recargada con el sostenimiento de una masa parasitaria insoportable: banqueros que se enriquecen prestando a interés caro el dinero de los demás; propietarios de grandes fincas, que sin amor ni esfuerzo, cobran rentas enormes por alquilarlas; consejeros de grandes compañías diez veces mejor retribuidos que quienes con su esfuerzo las sacan adelante; portadores de acciones liberadas a quienes las más de las veces se retribuye a perpetuidad por servicios de intriga; usureros, agiotistas y correveidiles. Para que esta gruesa capa de ociosos se sostenga, sin añadir el más pequeño fruto al esfuerzo de los otros, empresarios, industriales, comerciantes, labradores, pescadores, intelectuales, artesanos y obreros, agotados en un trabajo sin ilusión, tienen que sustraer raspaduras a sus parvos medios de existencia. Así, el nivel de vida de todas las clases productoras españolas, de la clase media y de las clases populares, es desconsoladoramente bajo; para España es un problema el exceso de sus propios productos, porque el pueblo español, esquilmado, apenas consume.

He aquí una grande y bella tarea para quienes de veras considerasen a la patria como un quehacer: aligerar su vida económica de la ventosa capitalista, llamada irremediablemente a estallar en comunismo; verter el acervo de beneficios que el capitalismo parasitario absorbe en la viva red de los productores auténticos, ello nutriría la pequeña propiedad privada, libertaría de veras al individuo, que no es libre cuando está hambriento y llenaría de sustancia económica las unidades orgánicas verdaderas: la familia, el Municipio, con su patrimonio comunal rehecho, y el Sindicato, no simple representante de quienes tienen que arrendar su trabajo como una mercancía, sino beneficiario del producto conseguido por el esfuerzo de quienes lo integran.

Para esto hacen falta dos cosas: una reforma crediticia, tránsito hacia la nacionalización del servicio de crédito, y una reforma agraria que delimite las áreas cultivables y las unidades económicas de cultivo, instale sobre ellas al pueblo labrador revolucionariamente y devuelva al bosque y a la ganadería las tierras ineptas para la siembra que hoy arañan multitudes de infelices condenados a perpetua hambre.

LA JUSTICIA.–Leyes que con igual rigor se cumplan para todos; eso es lo que hace falta. Una extirpación implacable de los malos usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados. Pero esa justicia sólo la puede realizar un Estado seguro de su propia razón justificante. Si el Estado español lo estuviera, ni los culpables de la revolución de octubre andarían camino de la impunidad, ni tantos infelices que les siguieron alucinados hubiesen sentido el rigor de una represión excesiva. También queremos que esto de una vez se desenlace: justicia para los directores y piedad para los dirigidos; al fin, el ímpetu de éstos, enderezado una vez por caminos de error, puede cambiar de signo y deparar jornadas de gloria a la revolución nacional de España.

EL FRENTE NACIONAL.–Todo esto queremos. Para estas cosas, que no son negociaciones, sino tareas, nuestro esfuerzo sin cicatería. A la sombra de esta bandera sí que estamos dispuestos a alistarnos –los primeros o los últimos– en un Frente Nacional. No para ganar unas elecciones de efectos efímeros, sino con vocación de permanencia. Nos parece monstruoso que la suerte de España tenga que jugarse cada bienio al azar de las urnas. Que cada dos años entablemos la trágica partida en que, a golpe de gritos, de sobornos, de necedades y de injurias, se arriesga cuanto hay de permanente en España y se hiende la concordia de los españoles. Para una larga labor colectiva queremos el Frente Nacional. Para un domingo de elecciones, para la vanidad de unas actas, no. Esta coyuntura electoral no representa para nosotros sino una etapa. Confiamos en que, una vez vencida, no quedaremos solos en la empresa que estos renglones prefiguran. Pero solos o acompañados, mientras Dios nos dé fuerzas, seguiremos, sin soberbia ni decaimiento, con el alma tranquila, en nuestro menester artesano y militante.

¡Arriba España!

Madrid, 12 de enero de 1936

Por la Falange Española de las J. 0. N. S.:
El jefe nacional, José Antonio Primo de Rivera.–La Junta Política: Julio Ruiz de Alda, Rafael Sánchez Mazas, Raimundo Fernández Cuesta, Onésimo Redondo, Manuel Mateo, Manuel Valdés, José María Alfaro, Sancho Dávila, Augusto Barrado, Alejandro Salazar.

(Arriba, núm. 28, 16 de enero de 1936)


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