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 | AZAÑA Hubo un
        momento en que pareció que el señor Azaña iba a ser el hombre de la República. Cuando
        se formó el Gobierno del 14 de abril, una de sus figuras menos conocidas para el público
        era el ministro de la Guerra. A las demás se las conocía de sobra y fuera, si
        acaso, de las socialistas no parecían prometer mucho: llegaban al Gobierno con una
        vejez de estilo desconsoladora. Los Domingo y los Albornoces atufaban a viejo
        republicanismo de club, más apolillado que los morriones de 1822. Y en cuanto al grupo
        intelectual y a la juventud universitaria de la revolución, o se les había dejado en un
        semisilencio extraoficial o se les relegaba a puestos secundarios. El primer Gobierno de
        la República nació teñido de mediocridad de charanga: era un anticipo muy estimable de
        los que hemos tenido después de 1933. Pero de pronto surgió Azaña. Su aparición parecía el augurio de un cambio de
        estilo. Azaña no era popular: era un intelectual de minoría; un escritor selecto y
        desdeñoso; un dialéctico exigente, frío, exacto y original. Desde que había surgido
        ante las candilejas de la actuación pública resonante se había mostrado como
        aparentemente libre de la mediocridad colectiva y como absolutamente despectivo para las
        aclamaciones. Era, sin duda, un sujeto político del mayor interés: un hombre llegado al
        primer puesto de mando, casi sin compromisos ni esfuerzos, en una época singularmente
        propicia, y que preparaba el instrumental para recortar un pueblo a su talante. Los viejos
        radicales y radicalsocialistas no tenían nada que revelar; este ateneísta arisco y
        misterioso podía, acaso, realizar experiencias sorprendentes. ¿Cuál fue la causa del fracaso de Azaña? Es posible que se sobrepusiera quién sabe
        qué antiguo resentimiento individual a sus condiciones de político. Es posible que esas
        condiciones externas  y extraordinarias de político se malograran en la
        inutilidad por falta de un aliento fecundo. Azaña o la infecundidad podría
        llamarse el ensayo que sobre él se escribiera. Todo un juego complicado y preciso de
        palancas y ruedas dentadas.... pero sin motor. Azaña se entregó a una especie de esteticismo de la política que acabó por ser un
        esteticismo de la crueldad. Sus mejores obras, las que no fueron simples torpezas
        agresivas, fueron filigranas inútiles. Como con un sentido deportista de la Historia,
        realizaba sus jugadas por el deleite de la jugada misma, no por el resultado; imitaba a
        esos campeones de la carrera a pie, por ejemplo, que no corren por la meta donde no
        les espera nada, sino por el recorrido. Su política fue, de esta suerte, una
        política monstruosa. Para los que no podían percatarse del alambicamiento estético que
        encubría, era como una tortura diabólica e ininteligible; España pasó por las manos de
        su dictador como por las de un masajista asiático, entre fascinada y atormentada; el día
        que salió de su poder experimentó el alivio de quien vuelve al reposo. Era de esperar que el señor Azaña, cuyas condiciones de analizador parecen
        preeminentes, hubiera aprovechado la tregua en el aturdimiento de la política que vino a
        depararle su derrota electoral de 1933, para disecar las razones de su fracaso como jefe
        del Gobierno. Así, ante el discurso que había de pronunciar en Valencia el domingo,
        ningún hombre inteligente y responsable pudo sustraerse a un movimiento de expectación.
        Se aguardaba, por lo menos, un análisis frío, agudo; una crítica cortante y precisa de
        lo ocurrido en los últimos años; un rasgo original, en medio de la venturosa
        chabacanería en que vegetamos. No ha ocurrido eso; el discurso ha defraudado e incluso a los incondicionales. Ni
        siquiera la limpieza castellana de la prosa que suele avalorar las oraciones del señor
        Azaña ha rayado esta vez a gran altura. Y en cuanto al contenido, el discurso ha igualado
        en vulgaridad al más vulgar de los discursos de Albornoz: todo él ha sido un pasodoble
        de charanga republicana, insoportable por la repetición del mismo sonsonete: la
        República, los republicanos, los corazones republicanos, los partidos republicanos... En
        cuanto a entendimiento del instante político, en cuanto a esquema de un futuro más o
        menos próximo, ni siquiera una brizna. Toda la anchurosa vaciedad del discurso ha estado
        transitada de lugares comunes, fuera de algún rescoldo de rencor superviviente. Y
        eso sí de alguna repugnante llamada de compadrazgo a los separatistas
        catalanes. Los primeros telegramas de Valencia dijeron que, como empezase a diluviar, el señor
        Azaña hubo de proponer al auditorio cortar el discurso por donde iba. Sólo ante las
        denegaciones del auditorio accedió a seguirlo y terminarlo. Ante esos telegramas
        acometía al lector la extrañeza de que un discurso que debe ser una pieza orgánica, con
        su estructura predefinida, pudiera cortarse por cualquier lado, como un rosco de Reyes.
        Leído el discurso, amorfo y hueco como ha salido, se ve que por cualquier punto se le
        pudo cortar. Y aun por el principio. No se hubiera perdido nada. LA J. A. P. En Uclés ¿será un augurio este nombre, evocador de una gran derrota
        cristiana? celebró la Juventud de Acción Popular una misa de campaña, cantos y
        bailes regionales, concentración de jóvenes (?) y abundante emisión de discursos. Nos percatamos de que los jefes de Acción Popular no van a creer en la sencillez de
        espíritu con que les aconsejamos. Ello casi nos mueve a dejar de escribir esta pregunta:
        ¿Opinan, de veras, que sirven de algo a su partido estas mojigangas de la J.A.P.? Acción Popular, como partido burgués, pragmático, poco exigente en lo histórico y
        en lo político, ha podido cumplir una cierta misión, y cumplirla con decoro; pero ¿se
        puede saber a qué viene ese apéndice de la J.A.P.? Se cae el alma a los pies de
        melancolía viendo esos desfiles blandos y de respetables señores maduros y jóvenes
        circunspectos en El Escorial, en Uclés o, como ahora anuncia, en Medina del Campo. Y
        ¿aún nos llaman a nosotros imitadores del fascismo? No hay en esas ceremonias un solo
        ademán de alguna gracia, una sola voz ritual de buen gusto, que no haya sido tomada por
        las buenas, no ya del fascismo o del nacionalsocialismo, sino de la Falange, que está
        más próxima. Pero, en torno a lo ritual, ¡qué falta de tensión, de autenticidad y de
        peligro! Aunque ahora resulta, según el periódico J.A.P., que en la J.A.P. se
        corre mucho más peligro que en la Falange, y que nosotros no hemos salido a la calle
        hasta pasado el riesgo. ¿Qué dirá la sombra entrañable de nuestros dieciocho caídos? Hombres perspicaces, como el señor Gil Robles, no necesitan ir a Uclés para comprobar
        lo desabrido del pastel sin liebre de la J.A.P.: tienen bastante con leer el periódic,o J.A.P.,
        órgano del movimiento, que, al parecer, se publica en Madrid. Este periódico
        fiel al lema de "ni derechas ni izquierdas", recientemente adoptado por la
        J.A.P., y que también nos suena se esfuerza en simular una demagogia revolucionaria
        pour épater le bourgeois; pero le pasa con la demagogia lo que ocurre en las
        representaciones teatrales de los colegios religiosos, en que los amantes son sustituidos
        por hermanos, para evitar complicaciones psicológicas a los alumnos: las baladronadas
        resultan de un sosera desconsoladora y denuncian a medio kilómetro el calor con que son
        escritas. He aquí algunas muestras, tomadas al azar, del número 19 de J.A.P. "Aquí, en Madrid, estercolero del enchufismo español, hay también un
        derechismo del tipo más cerrilmente egoísta. A las maravillosas mujeres de nuestro
        partido no quieren ni darles los datos para el censo. En algunas casas de derechas, de
        esas casas con piano de cola y perro de lanas, les dan con la puerta en las narices." "Aconsejamos a esas valientes compañeras de trabajo que hagan la lista negra de
        esta gentuza." "Preferimos a los sindicalistas." "Mejor que con esta chusma dorada nos entenderemos con gentes de ideales, aunque
        estén enfrente de nosotros. A la gente de ideales se la puede convencer. Al que piensa
        con el estómago no le preocupan más que las malas digestiones." "Algunos policastros que, tras espléndida comida y repleto el estómago, se
        sientan en el bufet de ese gran casino llamado "Parlamento", parecen
        estar dispuestos a boicotear el proyecto de paro obrero de "Salmón".
        Dificultades, pegas... Lo de siempre: lo perfecto, enemigo de lo bueno." "Sepan los tales, aunque se digan nuestros amigos, que ni Acción Popular ni
        España toleran el juego. ¡Con el hambre de los obreros parados no se juega!" Es lástima que prosa tan incendiaria no llegue a los obreros y sí sólo a algún que
        otro pacífico afiliado a Acción Popular. Quizá J.A.P. penetrase en los medios
        populares si se decidiera abiertamente a seguir su vocación de periódico festivo. ¿Por
        qué no lo intenta?LA APOTEOSIS EN EL BANQUILLO Se está viendo ante el Tribunal de Garantías la causa contra Companys y
        sus codelincuentes en el alzamiento de la Generalidad. No vamos a hablar ni
        podríamos sobre el juicio que nos merece el procedimiento seguido por el
        claudicante Estado español frente a la traición repugnante de los consejeros
        barceloneses y de sus cómplices. Lo que no puede pasar sin protesta asqueada es la
        conducta de algunos periódicos de izquierda, que han aprovechado la ocasión para ventear
        las figuras de Companys y comparsa en una profusión de informaciones y fotografías
        ¡con la autorización de la Dirección General de Prisiones! que equivale a
        una glorificación. No haya hipocresías: cuando hay periódicos capaces de conducirse así con los
        traidores a España, la única respuesta adecuada es su extirpación terminante por
        cualquier medio. (Arriba, núm. 11, 30 de mayo de 1935)  |