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DE FRENTE A UN NUEVO AÑO

Los años, en nuestra tierra, hay que contarlos de otoño a otoño; de San Miguel a San Miguel. Sobre todo los años políticos. El verano es demasiado duro para no interrumpir la vida política. Todo, durante él, se apaga y se dispersa. Pero el verano de este año en que vivimos se acerca a su término. Pronto empezará, con San Miguel, un nuevo lapso actual. ¿Cuál es la tarea que en este año nuevo corresponde a la Falange Española de las J.0.N.S.?

Si miramos en torno no hay detalle que no nos confirme en la clara convicción de siempre: España no tiene más que un camino, y ése es el nuestro. Fuera de él todo es i agotamiento y confusión. No hablemos del Gobierno centro, cuyo jefe aseguran que es el señor Samper. Este Gobierno de mírame y no me toques no soportará los primeros fríos. Tal vez le sucedan otros ensayos semejantes a él: algún Ministerio presidido por don Cirilo del Río, o por don Melquiades Alvarez. Pero ése también durará poco. Para fin de año lo más tarde, el presidente de la República tendrá que optar entre confiar el Poder a las izquierdas (Martínez Barrios, Sánchez Román) o a las derechas (Gil Robles, Martínez de Velasco).

Pero por acción de una y otra parte: las derechas, triunfantes en las urnas el 19 de noviembre, han defraudado las esperanzas. A toda una masa popular no se le puede pedir distingos y sutilezas; ella sólo sabe, porque así se lo han dicho, que las derechas ganaron las elecciones de noviembre y que, por tanto, mandan. Si no mandan habiendo podido mandar, la cosa es más grave todavía, porque arguyen grave indecisión. Pues bien: el último período político, transcurrido bajo el signo de las derechas, ha sido de una desoladora esterilidad. No ya en los resultados, sino, lo que es peor, en la temperatura y en el tono. España va trampeando su suerte; pero no ha sentido ni las primeras sacudidas en su viejo fondo histórico y popular. Todos sus magníficos resortes espirituales siguen en desuso. Ha habido regateos en el detalle, pero las derechas no han querido, o no han podido, lanzar la gran palabra del entusiasmo.

Pues ¿y las izquierdas? Las unas –Martínez Barrios, Sánchez Román, Azaña– ya se han desligado por completo de toda emoción española. No hay movimiento separatista, por ejemplo, que no cuente con su aquiescencia. Toda la sustancia masónica, heladamente sectaria, antinacional, parece nutrirlas.

La República que nos prometen sería una República con todos los defectos y todas las falsedades que ha tenido que soportar durante los últimos años la admirable vitalidad del pueblo francés. Entre las logias, la justicia más mediatizada que nunca por la política, la sequedad espiritual y alguno que otro affaire a la francesa, ¿qué sería de España? Y en cuanto a las otras izquierdas –el socialismo–, nadie podrá abrigar la mínima esperanza. En el socialismo, fuera de dos o tres ideólogos cada vez menos influyentes, sólo hay dos clases de elementos a cuál menos estimables: un equipo de viejos zorros duchos en picardías políticas y habituados a los mismos burgueses, y una masa rencorosa cada vez más cerrada a toda sensibilidad espiritual, bolchevizada, encendida de rabia por una Prensa inmunda y a la que se prepara para la revolución por medio de los drogas más adecuadas: el materialismo, el desnudismo y el amor libre. Para los marxistas, el obrero no es interesante sino como carne de revolución; por eso su campo de cultivo es el proletariado urbano, siempre más rencoroso y más imputo. El marxismo es una organización para el envenenamiento de las masas, que hay que extirpar implacablemente.

Tal es el panorama de España: un Gobierno centro que languidece en su consunción; unas derechas faltas de fe y de empuje; unas izquierdas antinacionales. Y, olvidada, España. Esa España que en medio de tantos gritos, aguarda la revolución verdadera: la que le devuelva un quehacer histórico interesante y grande, y la organice de arriba abajo de una manera justa; la que acabe con el escepticismo, con el hambre de tantos y con el lujo parasitario de unos pocos. Esa es la nuestra. Si seguimos animosos y unidos, si reiteramos cada día el voto de sacrificio que sellaron con sangre nuestros mártires, ¡qué gran año, camaradas, puede ser el 1935 para nosotros y para España!

JOSE ANTONIO

(Libertad, de Valladolid, 27 de agosto de 1934)


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