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ASÍ SE GOBIERNA

MIENTRAS SOCIALISTAS Y SEPARATISTAS PREPARAN IMPUNEMENTE REBELIONES, NO SE DEJA EN PAZ A LOS QUE QUIEREN LA UNIDAD Y LA GLORIA DE ESPAÑA

Otra vez ha entrado la Policía en nuestro Centro –ya medio clausurado– y ha recorrido todas sus dependencias, como si albergasen los mayores peligros. Otra vez ha interrumpido la autoridad nuestro normal desenvolvimiento. Cuarenta y cuatro camaradas están en la cárcel y otros veintiuno pasaron veinticuatro horas detenidos. ¡Otra vez! Y así cada semana, cada dos semanas. Nuestros mítines, prohibidos; nuestros centros, clausurados; casi todos los gobernantes, reteniendo –contra ley– nuestros estatutos, ya aprobados por la autoridad central... Todos los procedimientos más refinadamente escogidos para aniquilarnos por el tedio ya que parecen convencidos de que no nos aniquilan por el terror.

El tedio, el aburrimiento, el desaliento, la desgana. Esas son las musas de los que dicen que nos gobiernan. ¡Triste charca la de nuestros días, en que parece ser ilícita toda resuelta fe! ¡Días putrefactos, dedicados a la monstruosa tarea de cortar las alas a España!

España; he ahí lo prohibido. Aquí y ahora no hay nada que se considere más vituperable que el proclamar la fe resuelta en España. Si se levanta la voz claramente, contra los manejos separatistas, se delinque. Si se rompe la cobarde conspiración de silencio que rodea a la insolencia de la Generalidad, se delinque. Si se mantiene viva una organización que predica una ambición histórica y una justicia social para España, se delinque. ¡Nadie hable a voces! Las voces molestan mucho a las juventudes (?) de la C.E.D.A., todas tan modosas, tan cautas, tan hábiles y tan dispuestas a transigir en todo, por santo que sea, con tal que les dejen compartir el mando, tras la cortina, con el señor Salazar Alonso.

La C.E.D.A., así, tras la cortina, promueve nuestras persecuciones. Las gentes de la C.E.D.A. son maestras en la insidia: no hay órgano mejor que sus periódicos para recoger y divulgar cuantas falsas especies pueden perjudicarnos. Pero eso no es bastante. La C.E.D.A. tiene, además, una grave deuda de envidia que saldar con nosotros. ¿No recuerdan ya los lectores aquella bufonada de El Escorial? Aquello fue llamado el Congreso de las Juventudes de Acción Popular. A fuerza de dinero y entre miles de guardias se apiñó una masa fofa, compuesta de ancianos venerables y juventudes lánguidas. Mientras tanto nosotros, contra viento y marca, tenemos una masa auténticamente joven, cada vez más nutrida, cuyo temple llena casi todos los días, para desesperación de envidiosos, la primera plana de los diarios. ¿Cómo nos lo van a perdonar los de la J.A.P. ni sus tutores?

Ya, ya sabemos quién inspira la persecución. Pero el goce magnífico de requemar de envidia a las gentes de Acción Popular no nos lo quita nadie.

* * *

Y ahora, lo más serio.

En toda España se está preparando un movimiento socialista en gran escala. Los socialistas tienen copiosísimos armamentos y la Policía ha tenido varias veces noticias de dónde se hallaban.

¿Por qué el señor Salazar Alonso, tan enérgico, no ha ordenado registros en los focos socialistas? Eso le parece difícil. En cambio, venir a pincharnos cada quince días a la calle del Marqués del Riscal es bien fácil y al ministro le parece lucido. Es muy brillante esto de hacernos la vida imposible a fuerza de registros y prohibiciones. Además, así se logra la seguridad de que no conservaremos ni un mal revólver para defendernos contra los que nos quieren asesinar. ¡Contra los que han asesinado ya a nueve de nuestros mejores!

* * *

¡Camaradas! Vivimos tiempos duros. Pasamos la prueba más difícil, que es la del tedio. No desmayéis. Pase lo que pase, muchos o pocos, la Falange Española de las J.0.N.S. seguirá su camino. ¡Adelante, camaradas! Y desde aquí nuestro mejor saludo para vosotros, los que estáis presos. Os hemos visto tras las rejas, magníficamente desgreñados, astrosos, como las gentes de los Tercios, pero cantando a España. Ella encenderá sobre vuestros insomnios y sobre vuestras barbas sin afeite la claridad de las horas alegres que vendrán, pese al mundo.

(F.E., núm. 14, 12 de julio de 1934)


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