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RESUMEN DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN PUEBLA DE ALMORADIEL (TOLEDO) EL DIA 22 DE ABRIL DE 1934

En mi vida de trabajo y de lucha he tenido ocasión de hablar a todos los públicos y de hablar en todos los lugares. He hablado en la Universidad, en los Tribunales, en elecciones, en el Parlamento; pero os aseguro que jamás he sentido la emoción y el orgullo que ahora siento al enfrentarme con vosotros, pues me doy cuenta perfecta que dirijo la palabra a los depositarios del verdadero espíritu nacional y a quienes conservan aún puras y arraigadas en lo más profundo de su ser las virtudes de la raza que hicieron a España inmortal. Es preciso venir a hablaros y ponerse en contacto con los pueblos para aprender lo que es esta España, tan olvidada o maltratada por muchos y que, sin embargo, vosotros lleváis metida muy hondo, defendiendo con amoroso afán su nombre y su grandeza. Nuestra tierra es muy rica; nuestra tierra es capaz de proporcionar una vida libre y verdaderamente humana a doble número de españoles de los que actualmente viven en ella, muchísimos en condiciones miserables, incompatibles con las mínimas exigencias del hombre civilizado. Nuestra tierra fue, además, señora del mundo, y dio vida y espíritu a otras muchas tierras. Pues bien: hoy lleva una vida chata, desfallecida, sin entusiasmos, encerrada entre dos capas que la asfixian y comprimen. Por arriba, le han quitado toda ambición de poder y de gloria; por abajo, todo justo afán de mejoramiento para sus gentes humildes. Ambas cosas provienen de que hemos dejado de ser una fuerte unidad para convertirnos en toda clase de divisiones, con ventaja de políticos y de la farsa parlamentaria. De esos políticos que, salidos muchos de vuestras mismas gentes y de estos mismos pueblos, apenas consiguen su acta de diputados no vuelven a ellos, si no es para deslumbramos con su bienestar y riqueza, adquiridos con el esfuerzo de vuestros votos. De ese Parlamento donde no preocupa en absoluto la vida de España, sino las menudas pasioncillas, donde transcurren sesiones enteras ventilándose rencillas de partido o personas, y donde pasan inadvertidas y de cualquier forma los proyectos y planes más vitales para España.

Cuando triunfemos, todos viviréis mejor, porque habremos limitado las acumulaciones de riquezas inútiles y perjudiciales para la nación, que sólo sirven para satisfacer deseos de poder particular y egoísta, porque habremos suprimido una serie de organizaciones financieras que encarecen la vida y quitan todo calor de humanidad a la economía, creando e', tipo frío del accionista, indiferente a todo lo que no sea cobrar su interés, sin preocuparse poco ni mucho en el origen de ese beneficio, y porque el esfuerzo de todo un pueblo se dirigirá, no a defender las ganancias de unos cuantos, sino a mejorar la vida de todos.

Nosotros no podemos tolerar ni estamos conformes con la actual vida española. Hemos de terminarla, transformándola totalmente, cambiando no sólo su armadura externa, sino también el modo de ser de los españoles. No queremos que triunfe un partido ni una clase sobre las demás; queremos que triunfe España, considerada como unidad, con un fin universal que cumplir, con una empresa futura que realizar y en la que se fundan todas las voluntades individuales. Y ello tenemos que conseguirlo, cueste lo que cueste, a cambio de los mayores sacrificios, pues es mil veces preferible caer en servicio de tal empresa que llevar una vida lánguida, vacía de ideales, donde no haya más afán ni otra meta que llegar al día siguiente. La vida es para vivirla, y sólo se vive cuando se realiza o se intenta realizar una obra grande, y nosotros no comprendemos obra mejor que la de rehacer España.

(F.E., núm. 12, 26 de abril de 1934)


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