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MARINA

(El Parlamento visto de perfil.)

Un extravagante diputado se quejó hace varios días de que los cañones encargados para el Méndez Núñez no sirvieran para entrar en combate.

Airado frente al que hablaba, como un verdadero barco de guerra frente al Méndez Núñez, se levantó otro señor. Todos preguntaron:

–¿Quién es? ¿Quién es?

Alguien de esos que están en todos los secretos explicó:

–Es el ministro de Marina.

Y dijo, poco más o menos, el señor ministro de Marina:

–Yo, por mi temperamento pacifista, no he pensado ni por un momento en que el Méndez Núñez pueda entrar en combate. Lo que quiero es dar trabajo a los obreros del arsenal.

Las personas sin experiencia parlamentaria pensarán que también trabajarían los obreros en instalar cañones presentables. Otros tal vez crean que los barcos de guerra, por antipática que sea la guerra, deben servir para la guerra. Pero semejante lógica es totalmente recusable. Si en España dedicásemos los cruceros a cruceros y los cañones a cañones, ¿cómo iba a ser ministro de Marina el ministro de Marina?

FINANZAS

Otra tarde dieron una broma de mal gusto al señor ministro de Hacienda: se empeñaron en hablarle de los bonos del Tesoro.

¡Bien ajeno estaba a la cosa el pobre señor ministro! El haber demostrado pocas semanas atrás su aptitud para los vítores no justificaba la crueldad de obligarle a enterarse de que existen los bonos del Tesoro. ¡Diablo con tales bonos! Resulta que no basta con decir al subsecretario:

–Ea, que emitan unos bonos.

Sino que hay que precisar vaya usted a saber cuántas cosas: la cantidad, el tipo de interés, el procedimiento de renovación..., ¡la locura! Y lo malo es que en la Cámara hay algunos técnicos insoportables, de esos que se aferran a las cosas con terquedad sin límites:

–Primero hay que canjear y luego suscribir bonos nuevos para reembolsar a los que no hayan aceptado el canje.

–Pero ¿qué más da, hombre? –decía el ministro–. ¿Por qué no vamos a suscribir primero y canjear después? En el fondo –pensaba, sin atreverse a decirlo–, ¿qué diablos importa que existan o no existan bonos del Tesoro?

–El interés –porfiaba otro diputado– no debe pasar del cinco por ciento.

–Pero, si aunque se autorice al Gobierno para emitirlos al cinco y medio yo espero colocarlos muy por debajo.

–Entonces –replicaba el primero– lo mismo da que autoricemos el seis o el ocho.

–¡No, eso no es posible!

–¿Por qué no, señor ministro?

Entonces el señor ministro, al oír que por los bancos radicales murmuraban no sé sabe qué cosa acerca de la Constitución, exclamó rotundo:

–¡Porque no lo permite la Constitución!

No se apagaron otra vez las luces, pero faltó tanto así.

(F.E., núm. 5, 1 de febrero de 1934)


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