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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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El Rastro de la Historia. NÚMERO OCHO

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entre el Jordán y el Eúfrates:

notas de un viaje por Levante, entre julio y agosto del 2001


9. De Palmira a Damasco.- Me lo habían avisado: la mejor manera de ver Palmira no es la que intenté ayer, bajo el sol abrasador, sino el trote mañanero: darse un buen madrugón, como a las cuatro y media de la mañana, y salir con la fresca del desierto, que es efectivamente fresca, diez grados, para pasear sin agobios por las ruinas. Pongo mi despertador a esa hora y a las cinco menos cuarto ya estoy saliendo. Sorprendentemente, el vestíbulo de este nada barato hotel está ocupado por alrededor de una docena de individuos, que duermen sobre la alfombra. Acaso sea el cortejo de algunos oficiales que se han hospedado aquí esta noche. Es, desde luego, ese ingrediente de caos que, cuando menos se espera, condimenta los potajes del Oriente. Salgo saltando por encima de los cuerpos durmientes y, todavía a la luz de la luna, me encamino a pie hacia las ruinas. Voy hasta la zona más lejana, cerca de la loma donde se alza el castillo que, ya arruinada la ciudad romana, construyó Fakhr ed Din, y me propongo empezar desde allí el paseo arqueológico. Pero en las cercanías del castillo hay unas tiendas beduinas de las que me salen un par de perros, sorprendentemente flacos y amarillos. Y aquí estoy yo, que no tengo ninguna simpatía por estos animalitos, riéndome de mí mismo y de mi trance, ciertamente surrealista: arrojando piedras de venerable antigüedad a unos lebreles raros y enjutos, que me ladran como si fuera un fantasma, a las cinco de la madrugada, en la desértica soledad del desierto, y escapando en dirección contraria. Me dejan en paz los chuchos e inicio mi marcha, al compás de las primeras luces, por el campo de Diocleciano, pasando revista marcial al inmenso desfile de columnas vacías que llevan hasta el templo de Baal y que, para mí, sólo para mí, tañen la escala del amanecer en todos sus tonos. No me canso de ver una y otra vez la ruinas. Pero el calor, a eso de las ocho y media, ya empieza a ser recio, de modo que me retiro a mi hotel -de cuyo vestíbulo ya han desaparecido los inesperados durmientes- para darme una última ducha, desayunar, y buscar algún medio de transporte que me devuelva a Damasco. No es comparable al encuentro de Livingstone y Stanley, pero he aquí que, en ese trance de buscar transporte, me cruzo con otro europeo solitario y mochilero que va en dirección contraria, hacia la frontera de Irak. –Where are you from? -From Porto, Portugal. -¡Que alegría, un casi paisano!, ¡y qué bobo, que se empeña en hablarme en inglés! Le presto el pequeño servicio de encaminarle hacia el chiringuito en el que paran las furgonetas que van en su dirección, y tomo la mía, otra vez desierto adelante, por la pista interminablemente vacía.

Diana tempranera y escala de las ruinas en todos los tonos del amanecer.

De regreso en Damasco, me parece que el calor es incluso superior al de Palmira. Aprovecho la tarde para pasar por el templo de los caldeos, antiguos nestorianos, unidos a Roma, con sede en lo que hoy es territorio de Irak. Está celebrando la Misa un cura delgadísimo, al que, de puro flaco, la capa litúrgica no alcanza a tapar los dos hombros. Aunque no entiendo nada de lo que se dice, me parece, por los gestos, que su rito difiere bastante del latino: el ofertorio, por ejemplo, se hace nada más empezar la celebración. Desde aquí hasta Mar Boulos queda todavía un trecho, y tomo un taxi. Fijado el precio con el conductor, por el camino me va contando que él es policía y que conduciendo se gana un necesario sobresueldo. Cuando estamos llegando, me exige el doble de lo pactado. Tras días de chalaneo, ya he adquirido soltura y le digo que nones. La conversación sube de tono y mientras él grita en árabe, yo lo hago en español castizo, hasta llegar a asirnos de las solapas. Habla de llevarme a la Polis y yo le animo: -adelante. La cosa acaba en humo, en la puerta de mi destino, que estas peripecias son tan desagradables como intranscendentes.

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