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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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El Rastro de la Historia. NÚMERO OCHO

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entre el Jordán y el Eúfrates:

notas de un viaje por Levante, entre julio y agosto del 2001


5. Alepo, al sur de Osroene, al este del Edén.- Me levanto tempranito, para ir a comprar unos panes de pita que nos sirvan de desayuno. Mientras que Astrid toma el sol en el patio de la casa de acogida, lo que yo tomo es el café con leche que ella tuvo la atención de preparar. Dejo todo recogidito, me despido de ella y de Barbara y marcho a visitar el museo local, rico en mosaicos, a orillas del Orontes. Tomo después un autobús que me llevará hacia Alepo, hacia el Eúfrates, por la vía que discurre al sur de Osroene. En esta frontera entre Turquía y Siria la hostilidad recíproca es patente. Antioquia, y con ella todo el país de Hatay, fueron originalmente de cultura griega y luego árabe, nunca turca; pero los franceses, por la conveniencia que fuera, entregaron el territorio a los turcos: entrega que Siria nunca consintió, de modo  que todavía hoy sigue considerando Hatay como un Gibraltar ocupado contra justicia y razón. Los jóvenes parecen ganados por la cultura turca, pero las personas de cierta edad siguen hablando árabe y se resisten a la asimilación, y eso provoca una cierta división entre los cristianos, ya que los ortodoxos siguen utilizando el árabe como lengua litúrgica, mientras que los católicos, acaso más incorporados a la vida turca, rezan en esta lengua. La tensión fronteriza se manifiesta en la enorme tierra de nadie que hay entre unos y otros puestos de control, en los nidos bien artillados que se encuentran a uno y otro lado, y hasta en la dificultad de los trámites aduaneros. A mí nadie me molesta, pero a un par de viejitos que viajan en mi autobús, con sábanas y lencería, los carabineros sirios les abren todos los bultos que llevan, les deshacen materialmente el equipaje, les destrozan las maletas, sin ninguna contemplación. Esperando a que nos den vía libre, veo una escena que me sorprende: un oficial de la aduana, joven, se acerca a la oficina central y, en vez de entrar, se queda a unos diez metros, esperando a que un señor, ya entrado en años, vestido con guardapolvo, se ponga a sus pies y le cambie los zapatos que hasta ahora llevaba por unas cómodas babuchas, con las que entra en la oficina. Me parece un gesto bobo de sumisión, acaso expresión de las diferencias de rango y del punto hasta el que se llevan en estos pagos. Partimos, y llegamos, al fin, a Alepo. Alepo es una ciudad considerable, plantada en un secarral, donde viven cerca de ocho millones de seres humanos, que se nutren del agua benéfica del Eúfrates, embalsado en la anchurosa presa El Assad. Su ciudadela medieval, circular, alta y orgullosa, a caballo de una meseta imposible, nunca fue tomada por los cruzados, y sirvió de base para los golpes y contragolpes de las cabalgadas de Saladino.

La ciudadela de Alepo, imbatida por los cruzados

Sus zocos son sucios, abigarrados y confusos hasta lo inextricable. Su barrio cristiano, El Azizie, en algunos rincones, como un trocito de París. Y crece, crece, con orden, en edificios de mejor factura, con cierto talento urbanístico. Se levantan bloques de viviendas, mezquitas, alguna enorme, e iglesias de considerables proporciones, como la de Mar Yusef, que está a punto de finalizarse. Me hospedo en una pensión que me han recomendado, que no resulta demasiada pulcra, a la vera del Hotel Baron, famoso por haber albergado a Lawrence, a Lindbergh, a Agatha Christie, a Roosevelt y no se cuántos famosos más, pero que es ahora desaconsejable, y no por los fantasmas de sus pasados huéspedes.

El viejo Hotel Baron, histórico y destartalado

En la iglesia latina visito al padre Castellana, un franciscano italiano que lleva aquí la vida entera y que sabe de Siria como pocos. Es el único occidental que encuentro. Los demás franciscanos son árabes. Me invita a un café y me cuenta de la cristiandad de la ciudad, crecida por la inmigración armenia, fugitiva de las persecuciones turcas. Me da noticia de los trabajos de arqueología cristiana que ha hecho con el padre Peña y el padre Fernández, y me pregunta por esa locura de los gobiernos occidentales de albergar a musulmanes que no llevan ninguna intención de integrarse, sino todo lo contrario. Éste de la indignada sorpresa por la inmigración a Europa es un tema que se plantea recurrentemente al hablar con cristianos árabes. No entienden ellos que se dispense a los musulmanes tan buena acogida, cuando en los territorios que ellos dominan se posterga y relega a los cristianos, que viven en una situación ciertamente opresiva, por más que Siria no sea, para ellos, el peor de los países, ya que otros lo son más, como Arabia Saudí, la muy querida aliada de los Estados Unidos de América.

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