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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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El Rastro de la Historia. NÚMERO CUATRO

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..de leche y miel

6, domingo, la Transfiguración del Señor: San Juan de Acre- Haifa- Carmelo.- Diana tempranera, oración en la capilla del convento de San Francisco, acompañada en la lejanía, otra vez, por los jipidos del muecín, descaradamente evocadores del cante flamenco, desayuno, y visita de la ciudad cruzada, en compañía de Giusseppe. Se conserva, casi en su totalidad, la ciudad interior de los cruzados. Para levantar la Akka musulmana, se soterraron las viejas construcciones, edificando encima, de modo que los arqueólogos no han tenido otro trabajo que apuntalar los edificios superiores y extraer los escombros que escondían los inferiores, dando así a la luz salas, dependencias, corredores, galerías y túneles.

Acre: la ciudad subterránea de los Cruzados.

Sorprende encontrar, todavía, la piedra sepulcral de un caballero del Hospital, fascina hallar, labrada en los capiteles de los que parten los arcos, la flor de lis, que acaso inspiró a San Luis, por más que no sea ésta una de las filigranas favoritas de mi jardín heráldico. Aquí hubo consulado de la ciudad de Barcelona. Quizá por aquí paseó la arrogancia del caballero verde: un español desconocido y encapuchado que osó retar a Saladino. Aquí se defendieron tenazmente los últimos cruzados. Y aquí murieron matando, cuando, incumpliendo lo pactado, los mamelucos osaron afrentar la virtud de las damas francas. Aquí también se cubrió de oprobio el templario napolitano Roger de Flor, cuando, capitán del “Halcón del Temple”, cobró en oro el amparo de los adinerados que pudieron pagárselo, dejando a los pobres desdichados en el muelle, para luego colgar el hábito templario y servir de capitán almogávar a la Corona de Aragón. Visito la iglesia ortodoxa local, me despido, agradecido, de mis amigos y tomo un autobús que me deja en Haifa, al pie del mar. Inicio desde allí el ascenso al monte Carmelo, en una subida que, resultando incómoda por empinada, lo es mucho más por el húmedo calor y la dificultad de encontrar la senda. Se diría que la subida al Carmelo es como un antipático juego de la oca, en el que la menor equivocación conduce de nuevo al pie del monte, desde donde hay que volver e empezar. ¿Sabría esto San Juan de la Cruz? Sorteando unos y otros obstáculos, de los que los jardines Bahaí no es el menor, consigo encaminarme hacia la cumbre, gracias a la ayuda que me presta Pavel, un simpático croata. –Are you catholic? -Me too, son las palabras clave. Una pintarrajeada neoyorquina, entrada en kilos y en años, con cierta facha de drag queen, me da también ánimos, y me brinda amablemente su coche, que rechazo. En la cima, Stella Maris, la basílica que encierra la imagen de la más popular advocación de la Virgen María: el Carmen, situada sobre la cueva en la que la tradición sitúa la estancia del profeta Elías. Flanqueando la imagen de María, referencias plásticas a algunos santos del Carmelo, mis queridos paisanos Teresa y Juan de la Cruz, mi no menos querida y admirada Teresa Benedicta de la Cruz Edith Stein. El Carmelo tiene para mí un significado especial. Carm- es, por lo visto, en las lenguas semitas, jardín: de ahí los cármenes granadinos. Y –El hace referencia a Dios. Jardín de Dios, pues, y qué mejor jardín que su hija, esposa y madre, María. A la salida del templo, me inclino sobre el mirador de la bahía, desde el que se ve, a sus pies, varado, el casco del viejo “Éxodo”, tan célebre por el cine, y se llega a divisar San Juan de Acre, en lontananza. No habiendo posada para mí en el hospicio del Carmelo, encuentro acomodo en el de las Sisters of Nazareth, en donde coincido con un simpático y culto luterano alemán, profesor que ha sido de la facultad de Exactas de la Complutense, que está interesado en trabajar para el Tecnión de Haifa. Nuestra conversación deriva hacia la Teología y se hunde en las profundidades de la noche, en la tranquilidad del acogedor jardín monacal, más allá de lo que la prudencia aconseja a quienes al día siguiente quieren madrugar.

 

Agosto del 2000

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