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  EL QUE DEJA QUE SE LE INJURIE EN EL PARLAMENTO –DICE EL SEÑOR PRIMO DE RIVERA– PERMITE TAMBIÉN LA INJURIA EN LA CALLE

Al salir a los pasillos el joven e ilustre diputado don José Antonio Primo de Rivera, numerosísimos diputados de todas las minorías se le acercaron para expresarle su sincera adhesión después de su noble conducta.

Ante un grupo de ellos decía el marqués de Estella:

– Oí la ofensa, y reaccioné en el acto. Estoy dispuesto a no tolerar calumnias ni ataques injustos. Entiendo que quien se deja injuriar en el Parlamento se autovacuna de una predisposición que permite también recibir injurias en la calle. Por tanto, con la misma serenidad que me lancé a castigar a quien había proferido la injuria, obré después, al hacer uso de la palabra en una breve intervención. Que nadie crea en mí un sentimiento de matonismo, sino la reacción que sentiré en todo momento contra aquel que intente lanzar una injuria (1).

La Nación, 21 de diciembre de 1933.

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(1)
El 28 de diciembre de 1933, por 217 votos y 17 en blanco, las segundas Cortes de la República eligieron presidente definitivo a Santiago Alba. Las izquierdas se abstienen; también se abstienen las extremas derechas. Empero, José Antonio acudió con paso firme a la mesa presidencial y depositó una papeleta abierta, en la que se leía el nombre de don Santiago de Alba y Bonifaz. El gesto provocó murmullos y posteriores comentarios. Al nuevo presidente de las Cortes le produjo hondísima impresión. En realidad, José Antonio venía a liquidar el pleito personal de Santiago Alba con su padre.


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