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  JUVENTUD ESPAÑOLA

José Antonio Primo de Rivera sueña con un Estado fuerte que subordine todos los intereses al interés de la Patria

El liberalismo económico, o la burla sangrienta que ha engendrado el odio de clases.–La Historia anarquizante, influida por los estertores del romanticismo, que ha estudiado la juventud actual– "No se trata de la reconquista del Poder por las clases acomodadas, no."

Un veraneante laborioso: José Antonio Primo de Rivera. El primogénito del Dictador, tercer marqués de Estella, aprovecha el verano para devorar lecturas que la agitada vida madrileña hizo demorar. Su habitación, en el hotel Continental, más parece gabinete de estudio que refugio accidental de un hombre joven en playa de moda.

Los más enconados enemigos de la obra de su padre han guardado respeto a la digna actitud del hijo. José Antonio Primo de Rivera, en gracia y en desgracia la estrella política del autor de sus días, ha sido el mismo. La elegante continencia que le impidió bullir al amparo de aquélla, es de la misma solera que en ésta le eleva con arrogante prestancia para defender lo que no quiso aprovechar, contra los que aprovecharon lo que no quieren defender.

Sencillez, simpatía, juventud, inteligencia... Hay apellidos que obligan, que agobian, que aplastan. Este hombre joven sabe llevar con dignidad el suyo. Es algo más que el hijo de Miguel: es José Antonio. Personalidad propia, cabal, entera.

Cuando hay en el mundo tantas celebridades que no son más que reflejo de gloria ajena, hombres-estela; cuando se tropieza con tanto señorito que cumple en la vida la única misión de gastar fama y dinero que otros ganaron, resultan consoladoras estas excepciones. Más consoladoras por menos frecuentes.

Hemos buscado a José Antonio Primo de Rivera por el hombre, no por el nombre. Y hemos hablado con él del mañana, no del ayer; de lo que él puede ver, no de lo que vieron sus antecesores.

– He leído que en Torrelavega ha calificado usted al liberalismo de desvarío...

– He dicho que nuestra generación abrió los ojos en un mundo convaleciente de dos desvaríos: el liberalismo y el socialismo. Liberalismo, económicamente, es libertad para morirse de hambre. Los trabajadores tienen libertad para contratarse o no, por lo que les ofrezcan, hasta que los mandatos del estómago, o los imperativos de la vida, les obliguen a rendirse. La ley de la oferta y la demanda no fuerza a nadie a trabajar si no quiere; pero el que no posea recursos economices habrá de trabajar, y trabajar por lo que quieran pagarle, si no quiere morirse de hambre. Morirse, eso sí, rodeado de dignidad liberal.

– Pero en eso mismo se basa, precisamente, la crítica marxista de la economía burguesa.

– Cierto; pero la crítica, formulada en interés de una clase y orientada por ese mismo interés, conduce a deformaciones lamentables.

El obrero, víctima de la injusticia, se organiza para la defensa y el ataque; para la conquista del Poder, de acuerdo con el dogma marxista. Herido, no reacciona por hacer justicia, sino para ejercer venganza; para acabar con una tiranía e implantar otra; para imponer el dominio de una clase y hacer sufrir a la burguesía la misma injusticia que antes padeció el proletariado.

El socialismo es la actitud de la lucha rencorosa entre las clases, reacción de la masa obrera contra las consecuencias del liberalismo económico. Envuelve un sentido de disgregación: clase contra clase, y hace perder la idea de la Patria como unidad trascendente, superior a los destinos individuales o de grupo.

– Sin embargo, un diputado socialista francés ha dicho en el Parlamento de su país que nada es más patriótico y nacionalista que el socialismo, aunque esto parezca paradoja, atendido su sentido internacionalista. Porque es lo cierto que las riquezas las quiere el socialismo para la nación, mientras que las demás teorías económicas mantienen la propiedad privada.

– Eso no pasa de ser un juego de palabras. El socialismo no recaba toda la propiedad para la nación, sino para el Estado, que quiere luego hacer coincidir con la nación como pieza geográfica, no como unidad histórica.

– Si parte usted de la misma crítica del liberalismo económico y rechaza, el dogma marxista, ¿es para usted el fascismo el remedio?

– El remedio lo veo en un Estado autoritario, no al servicio de una clase, ni al de un partido triunfante en la libre competencia de los partidos. En un Estado fuerte, al servicio de la idea histórica de la Patria. En subordinar los intereses individuales al Interés nacional; en sujetar las clases, impidiendo que atropellen y amparándolas para que no sean atropelladas. La proletaria es, precisamente, la que más tutela necesita; las otras son fuertes y pueden defenderse por sí mismas. En el magnífico ensayo italiano es en el que más se ha hecho por la significación del obrero.

– ¿No teme usted que el rabioso individualismo español se rebelará, haciendo fracasar todas las previsiones?

– Temer, no. Italia, en la que se desarrolló el anarquismo más que en nuestra Patria, tenía también un sentido individualista y lo va perdiendo. Pero si no lo temo, no dejo tampoco de tenerlo en cuenta. Falta a nuestro pueblo educación como colectividad. Todo, hasta el estudio de la Historia, lo hemos hecho al revés. Lo hemos hecho a la salida de un período romántico, que influía en aquélla románticamente, exaltando las individualidades anárquicas y oscureciendo las creadoras; cantando al francotirador y olvidando lamentablemente al constructor.

– Por educación, por sentimiento, por escarmiento si quiere usted, se me figura que los trabajadores se alzarán contra esas concepciones, tan enérgicamente como los capitalistas se alcen para apoyarlas.

– Aunque así fuera, para defender un ideal no hace falta sentirse bien acompañado. Mejor compañía que la de las ideas puras no se ha de encontrar. Atacarán los de abajo mientras desconozcan, y hasta ese mismo momento defenderán no poco de arriba... Recójalo exactamente, que esto sí que me interesa dejarlo bien sentado: No es, no puede ser el fascismo la reconquista del Poder por las clases acomodadas. Eso se acabó. En sentido fascista no hay privilegio más que en razón del servicio que se presta a la Patria.

Amigo o enemigo, estoy seguro que respetas estas opiniones, lector. Se asientan, frente al dogma marxista de las clases y del internacionalismo, en el sentido histórico de la Patria. Son dos principios que luchan en el mundo; dos concepciones opuestas, que aspiran a recoger la herencia del liberalismo moribundo. A su alrededor todo disminuye absorbido por ellas. Es la lucha decisiva en estos momentos en que los pueblos chapotean en angustias económicas buscando ansiosos el cable salvador.

José Antonio Primo de Rivera tiene confianza en los destinos de la Patria; su dama es España. Y mirando más allá de la ola de escepticismos, piensa que el mismo orgullo con que los balillas dicen: "¡Io sono italiano!", se reflejará pronto en el hijo cuando alce su cabeza para exclamar: "¡Yo soy español!"'

(Entrevista publicada en La Noticia, de San Sebastián, el 25 de agosto de 1933, y en La Nación, el 26 de agosto de 1933.)


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